domingo, 18 de septiembre de 2011

No dejemos que recorten la educación pública madrileña


Apremia en estos momentos la actualidad: parar los recortes en la Educación Pública de Madrid es ahora prioritario. Este vídeo explica perfectamente la situación y la indignación generada.

domingo, 28 de agosto de 2011

Vigencia del concepto de Reconquista en vida del Cid

Se quedaron en el tintero un par de notas (además del mencionado diploma de 1098 de la Catedral de Valencia) sobre la efectiva vigencia del concepto de Reconquista que tanto cristianos como musulmanes manejaban en la segunda mitad del siglo XI, cuando vivía Rodrigo Díaz el Campeador.

El primer apunte se documenta en la Dayira (Aḏḏaḫīrah fī maḥasin ahl alǧazīrah) de Ibn Bassam, historiador andalusí, de querencias almorávides, de la primera mitad del siglo XII. Cuenta cómo un testigo presencial oyó en Valencia decir al Cid de su propia boca la frase:
Un Rodrigo conquistó la península y otro Rodrigo la salvará
Con ella el Cid aludía a la consciencia de la pérdida de la península ibérica, la Hispania de romanos y visigodos, según la leyenda de origen monárquico asturiano del último rey godo Rodrigo, y también de su recuperación (salvación, en términos aún más mesiánicos), operación que se estaba llevando a cabo y que, según esta noticia, el propio Campeador se erigía en el posible reconquistador de la totalidad de la España medieval, restaurando el dominio cristiano.

La segunda información proviene de las memorias de Abd Allah ibn Bullugin, último rey de la dinastía zirí de la Taifa de Granada. En sus Memorias, escritas a fines de 1094 o 1095, justo después de que el Cid conquistara Valencia, leemos que Sisnando Davídiz, conde mozárabe, le advertía al rey de Granada "de viva voz" cómo:
Al-Ándalus era en un principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y les arrinconaron en Galicia [...] Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos [a los andalusíes] y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados nos apoderaremos del país [andalusí] sin ningún esfuerzo.
Clarividencia la del potentado mozárabe, que veía las causas económicas e ideológicas de la reconquista cristiana, y plena asunción de este concepto por parte de Ibn Bullugin en sus memorias tras la toma de Valencia por el Cid, y todo ello pese a que sería reconquistada por los almorávides en 1102 y no sería hasta el siglo XIII cuando esta ciudad, y la mayor parte de la península, será conquistada por los seguidores de la cruz, sobreviviendo, eso sí, paradójicamente, el Reino de Granada en manos de otra dinastía autóctona islámica doscientos años más tras el colapso de los estados musulmanes peninsulares que ya previó el magnate mozárabe y transmitió, asumiendo el concepto, el rey y escritor granadino musulmán.

sábado, 14 de mayo de 2011

El Cid falsificado XXIII: últimos años y muerte

Dotación del Cid a la catedral de Valencia, 1098
He aquí la traducción de un significativo párrafo que podemos leer en un diploma de 1098 firmado por el propio Rodrigo Díaz:
Tras casi cuatrocientos años bajo la calamidad del dominio musulmán, Dios suscitó en el nunca vencido príncipe Rodrigo el Campeador vengar el oprobio de sus siervos y propagar la fe cristiana, el cual, tras múltiples y extraordinarias victorias bélicas alcanzadas con la ayuda divina, conquistó Valencia, ciudad opulentísima por su número de habitantes y el esplendor de sus riquezas; y tras vencer increíblemente y sin sufrir bajas a un ejército innumerable de almorávides y otros infieles de toda España, procedió a convertir en iglesia la misma mezquita que los musulmanes tenían como casa de oración; y habiendo sido designado, según lo prescrito en especial privilegio, aclamado y elegido concorde y canónicamente, y consagrado obispo por manos del romano pontífice el venerable presbítero Jerónimo, Rodrigo enriqueció a la citada iglesia con esta dote de sus propios bienes. Año de la Encarnación del Señor de 1098.
Se trata del único documento que se ha salvado del gobierno valenciano de Rodrigo Díaz, y se conserva en el archivo de la catedral de Salamanca, adonde llegó con el obispo Jerónimo tras verse obligado a abandonar la sede episcopal valenciana en 1102 por la renuncia de Jimena, la viuda del Cid, a su señorío, aconsejada por Alfonso VI de León y Castilla, que no podía asegurar su defensa. Lo compuso, con toda probabilidad, el propio Jerónimo de Perigord o su cabildo catedralicio, y lo suscribió Rodrigo Díaz el Campeador de su puño y letra, confirmando el diploma con la fórmula
ego ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est

yo Rodrigo, junto con mi esposa, firmo lo que arriba está escrito
Se evoca en el diploma la reciente victoria del Campeador en Cuarte de Poblet el 21 de octubre de 1094 contra los almorávides, mandados por Abū ˁAbdallāh Muḥammad ibn Ibrāhīm ibn Tāšufīn, sobrino del emir Yusuf ibn Tasufin, como una gesta extraordinaria y difícil de creer, por la rapidez en conseguir la victoria y por la ausencia de bajas cristianas ante un número extraordinario de musulmanes:
tras vencer increíblemente y sin sufrir bajas a un ejército innumerable de almorávides y otros infieles de toda España [andalusíes]...
La consagración como templo cristiano, a la que se refiere el texto del documento, debió de producirse en 1096. Sin embargo no se instauró como sede episcopal, tras el nombramiento del francés Jerónimo para regirla, hasta la fecha de este diploma, que forma parte de los actos jurídicos que comprenden la creación del nuevo obispado.

El Campeador recibe en el documento los ostentosos apelativos de «excelencia» y «sublimidad» (nostra excellentia y sublimitas nostra), que se aplicaban entre los francos a dignidades imperiales, y en el Imperio bizantino a papas, reyes y grandes potestades, aunque se evita usar los tratamientos regios leoneses y castellanos de la época y solo recibe el título de princeps, lo cual significa, en este contexto, que regía un señorío independiente, casi de rey. Podría establecerse un paralelo con la misma dignidad de princeps que se aplicaba desde el siglo XI al conde de Barcelona, que este mismo año contraía matrimonio con María, una de las hijas del Cid, en la persona de Ramón Berenguer III el Grande, mientras por su parte Cristina, su otra hija, lo hacía con Ramiro Sánchez de Pamplona, nieto del rey García III el de Nájera y padre de García Ramírez, el restaurador de la dinastía real navarra. Esta política matrimonial sin duda responde a la voluntad de consolidar el principado de Valencia al emparentar a sus herederas con las más altas potestades cristianas. La frase del Cantar
oy los reyes d'España sos parientes son
a todos alcança ondra por el que en buen ora naçió

hoy los reyes de España sus parientes son,
a todos alcanza honra por el que en buena hora nació

vv. 3724–3725
sí respondían a una realidad histórica a la altura del año 1200, en torno al que se compuso el poema épico, pues numerosos descendientes del Cid llevaban en sus venas sangre regia.

Según señala Georges Martin en su artículo de 2010 «El primer testimonio cristiano sobre la toma de Valencia (1098)»
Rodrigo ejercía en el territorio valenciano, tanto sobre su suelo como sobre sus hombres, derechos tan completos como los que detentaban los soberanos leoneses y castellanos.
Es notable que no se nombre en absoluto al rey Alfonso VI en el documento, ni siquiera al fecharlo, cuando era costumbre en ese momento indicar allí quien era el monarca reinante; y sorprende también que no se mencione la dependencia del obispado valenciano del primado de Toledo, regido por Bernardo de Seridac, quien tampoco se registra, pese a que, según nos transmite Jiménez de Rada en su De rebus Hispaniae, Jerónimo de Perigord era uno de los prometedores monjes franceses que Bernardo de Toledo, recién instituido arzobispo de la cristiandad en la Península, había elegido para introducir el rito romano en la iglesia hispánica que hasta ese momento seguía la tradición denominada visigoda o mozárabe. Más bien al contrario, se incide en que Jerónimo había sido consagrado en Roma, adonde viajó en 1096 o 1097, por el papa Urbano II mediante un «privilegio especial», lo cual hace suponer que lo normal habría sido serlo por el arzobispo de Toledo e indicaría que la sede valenciana se erigió como sede apostólica plenamente autónoma.

La idea de Reconquista no es la única que se muestra fehacientemente en el diploma de 1098. También se advierte un prístino espíritu de cruzada contra el infiel, por las mismas fechas en que la Primera de las convocadas para conquistar los Santos Lugares conseguía sus objetivos. El Estado cristiano que en el Próximo Oriente se estableció se puede asimilar en el ámbito local hispánico al que el Cid consiguió mantener en el principado valenciano. Se trata, en los dos casos, de territorios aislados en tierras musulmanas, cuya conquista se llevó a cabo debido a una consciente voluntad de recuperación para la religión cristiana de unos espacios que se percibían como sustraídos en otro tiempo al dominio de la cruz. Las alusiones del diploma a la antigua Hispania goda arrebatada por los agarenos hacía casi cuatro siglos y la evocación de la pérdida de esta por el último Rodrigo, que sería redimida por este nuevo campeador, hacen patente que a fines del siglo XI, al menos en el discurso eclesiástico oficial del principado de Valencia, la figura del Cid se consideraba con plena conciencia inserto en esta tradición mesiánica reconquistadora y evangelizadora. Puede que fuera distinta la motivación del propio Rodrigo Díaz en sus campañas cotidianas, urgidas por la necesidad de ganarse el pan de un caballero desterrado, pero al fin y al cabo se trataba de un aristócrata altomedieval, que no podía menos que desempeñar el papel bélico que le tenía asignado la rígida estructura social de un mundo feudal estratificado en productores, ideólogos y defensores.
La conclusión es que está superada la visión de un infanzón elevado a la condición de héroe nacional castellano por la sola fuerza de su brazo, buen vasallo sumiso al rey, propagada por Menéndez Pidal y el Cantar de mio Cid. El concepto del rey como señor natural, que aparece en el siglo XIII y ya se aprecia en el Cantar, por el que los naturales de una tierra lo tendrían siempre como rey por encima de vínculos feudo-vasalláticos y su aplicación al Cid, que serviría a su señor natural a pesar de que los lazos feudales habían sido rotos por el destierro, y cuyo esfuerzo se dedicaría principalmente a hacerse perdonar por su señor natural, el rey de Castilla, no es aplicable a la segunda mitad del siglo XI, época en la que no era funcional la idea de señor natural, de rey de la tierra donde se había nacido. En la peculiar sociedad feudal hispánica se establecían complejas redes de relaciones y alianzas, que podían incluir, como se aprecia en la historia, el servicio de magnates cristianos a reyes taifas, o la guerra contra intereses de señores de la tierra natal propia. El Rodrigo Díaz histórico fue fiel a sus señores musulmanes de Saraqusta y asoló las tierras riojanas de Alfonso VI. Pero esto no significa que Rodrigo Díaz fuera el mercenario apátrida de Dozy, vendido al mejor postor y sin más aspiración que el medro personal.
Un Campeador respetado por cristianos y musulmanes como prodigio de su tiempo, invicto príncipe y conquistador de la opulenta Valencia, escindido según la ocasión entre ideales mesiánicos y pragmática de superviviente, se ajusta mucho más a la realidad que las visiones antagónicas que generaron enconados debates en el pasado.
Tras casar ventajosamente a sus hijas e instituir el obispado en su rico señorío de Valencia, Rodrigo Díaz, el Campeador, muere, sin que conozcamos la causa cierta de su deceso, el verano de 1099.

miércoles, 20 de abril de 2011

El Cid falsificado XXII: la conquista de Murviedro

El emir almorávide Yusuf regresó a África a finales de 1097 o comienzos de 1098 tras haber obtenido la importante victoria de Consuegra. Este año comenzó con cierta tregua en las actividades bélicas musulmanas: ni Muhammad ibn Aisa, gobernador del Levante, ni Ibn al-Hach, que lo era en Córdoba, iniciaron campaña alguna este año.

Sin embargo el caíd almorávide de Játiva Abu-l Fath había tomado posesión de Murviedro (actual Sagunto), una impresionante fortaleza situada al norte de los dominios del principado Valenciano del Cid. Quizá los andalusíes saguntinos habían reclamado la protección almorávide ante la presión que ejercían las posesiones aragonesas de la Costa del Azahar en la actual provincia de Castellón (Montornés -cerca de Benicasim-), Culla, Oropesa del Mar o Castellón de la Plana, entre otras) y la del señorío de Rodrigo Díaz en el sur. Evidentemente, la llegada de los almorávides a Murviedro pasó a suponer una amenaza para el Campeador, que desde Játiva y Alcira en el sur y Sagunto al norte, se encontraba atenazado por fuerzas almorávides.

Ante esta situación el Cid resolvió sitiar Murviedro, pero las tropas de Abu-l Fath se desplazaron a Almenara, diez kilómetros más al norte. Allí fue en su persecución Rodrigo, que puso cerco a este castillo. Tres meses después, a fines de febrero o comienzos de marzo de 1098, se rendía por capitulación, con lo que los defensores pudieron escapar libres. Allí ordena el Cid construir una iglesia dedicada a la Virgen. La decisión de mandarla edificar, en lugar de convertir una mezquita en templo cristiano, muestra la voluntad de consolidar estos dominios dentro de su principado con vistas a su perpetuación futura.

Organizada la población, regresó a cercar el extenso castillo de Sagunto, hostigando la ciudad y apretando estrechamente la población en las primeras semanas de marzo, con el fin de descartar para el futuro nuevas amenazas desde ese lugar. Cuando escasearon las provisiones, los sitiados pidieron una tregua al Cid de treinta días, durante los que pedirían socorro a otros magnates peninsulares, trascurridos los cuales rendirían la plaza. Pero ni el rey Al-Mustaín II de Zaragoza, ni el de la taifa de Albarracín, ni mucho menos Alfonso VI se mostraron dispuestos a auxiliar a Abu-l Fath. Solo el conde de Barcelona Ramón Berenguer II respondió a las llamadas de Murviedro, pues de allí había cobrado parias que le obligaban a su defensa. Pero evitó atacar directamente al Cid, temeroso de su poderío, y tras la experiencia de haber sido vencido por el castellano en dos ocasiones en Almenar y Tévar. Se limitó, por tanto, a intentar desviar la atención del Cid asediando Oropesa, entonces un enclave de Pedro I de Aragón, aliado de Rodrigo, pero el Campeador no le prestó la menor atención y continuó con su objetivo principal. Eso sí, hizo que le llegara la noticia al Fratricida de que iba a atacarle, lo que bastó para que el barcelonés levantara el cerco y emprendiera la retirada.

A fines de abril cumplía el plazo para la entrega de la ciudad, mas los defensores solicitaron doce días más alegando que aún no habían regresado todos los emisarios que habían partido para solicitar ayuda de alguna potestad externa. Sin prisa, el Campeador les concedió esta ampliación temporal, pero advirtiendo que si cumplido este no se hacía efectiva la rendición, torturaría y quemaría vivo a quien capturara.

Entrado mayo Rodrigo volvió a solicitar la entrega de la plaza, pero los saguntinos rogaron una nueva dilación hasta Pentecostés, que ese año caía el 16 de mayo. El Campeador, pacientemente, replicó que no solo daba plazo hasta el fin de la Pascua, sino hasta la natividad de Juan el Bautista, el 24 de junio, pero, amonestó, que debían utilizar ese lapso para evacuar la fortaleza o de lo contrario pasaría a sangre y fuego a la población. No se dio así, pues llegada la festividad de San Juan el Cid entró en Murviedro. Pero sospechó que algunos de los que habían permanecido en ella se habían apoderado de los despojos de los emigrados, riquezas que solo a él pertenecían como derecho de conquista. Al no ser satisfecha esta demanda, Rodrigo Díaz ordenó capturar como esclavos a todos los musulmanes que quedaron y enviarlos a Valencia cargados de grilletes. En su nueva conquista mandó erigir una nueva iglesia con la advocación de San Juan.

Imagen: Sagunto, 1870, por J. Laurent (1816-1886).

martes, 29 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

Alfonso Val Ortego: pintor

Con motivo de la presentación en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón de un cuadro de gran formato de Alfonso Val Ortego en el cementerio de Torrero de Zaragoza, me decido a escribir unas líneas sobre su obra pictórica.

Calificado por sus amigos, un poco en son de chanza, como «el mejor pintor vivo de Aragón», y poco dado a entrar en el mercadeo artístico, lleva años practicando una pintura que es Arte con mayúsculas, antiguo, sereno y clásico. Ha cultivado a partes iguales una abstracción que entronca con los Saura o Viola y un figurativismo que remite a la mejor tradición del barroco español. En sus pinceles vemos aquel Siglo de Oro, la importancia del dibujo y de la línea de Velázquez (a quien Val Ortego considera el mejor dibujante que jamás ha existido), y el color como medio para expresar el volumen, la luz. Rigurosa perspectiva, pero también pintura de masas cromáticas, la gran aportación de Goya.

Es en el genio maduro de Fuendetodos donde observo mayores afinidades. El trabajo con los medios tonos, la paleta restringida (ocres, tierras y negros), algún contraste (azules, rojos) y la luz del blanco combinados con aparente austeridad, mas con profunda inteligencia. Enlaza su pincel, asimismo, con la gran revolución impresionista. Al acercarse a contemplar la técnica descubrimos que, bajo esa realidad social parda y meditativa, late una sinfonía de matices coloristas y texturas que confluyen en la retina, sin notar el alarde, en unas formas rotundas, severas, perdurables. Acrílico, óleo, pasteles se conjugan con destreza en el acabado de sus obras, que sin embargo adoptan el gesto enérgico de la intuición primera, rasgo que el admirado Luis Feito consideraba esencial en la pintura de nuestro tiempo.

En la era de la tecnología, sigue la escondida senda del artesanal oficio de pintor. De la entrevista que Antón Castro le publica con motivo de la exposición del gran cuadro de Torrero, destaco su mención a la «aspiración a la trascendencia». Es lo que une el arte con la vida. Con ese afán riega su arte callado, sabio y consciente. Pero matiza, y huye de todo aquello que pueda relacionarse con afectación o grandilocuencia.

Escribe para nuestros ojos el misterio cotidiano del vivir, pinta para sus adentros la felicidad que le reporta el hacerlo. Imagina un sueño que nos muestre otra realidad más alta de la que vivimos in hac lacrimarum valle.


Cosquillas


Galacho de Juslibol


Venus


Exclusas


Joven en cuclillas



Solar

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