viernes, 30 de abril de 2010

El Cid falsificado III

Tras la muerte de Sancho II, el Campeador, lejos de sufrir represalias por parte de su rival y hermano, Alfonso VI de León, gozó de la plena confianza del nuevo monarca, que lo mantuvo como uno de los más destacados magnates de la corte, lo requirió como procurador para dilucidar importantes procesos judiciales, le confió el cobro de las parias a que estaba obligado el célebre rey de la Taifa de Sevilla y extraordinario poeta Al-Mutamid, y le proporcionó un digno enlace matrimonial con la noble Jimena Díaz.

Tradicionalmente se ha pensado que la aplicación de la ira regis al Cid (que conllevaba el destierro) fue ocasionada por el enfrentamiento bélico en que se vieron envueltos en 1079 el propio Rodrigo y García Ordoñez, otro de los grandes aristócratas de la corte, y hombre asimismo de confianza del rey, que a la sazón había sido encomendado por las mismas fechas a desempeñar una misión paralela a la del Campeador, la de cobrar parias (también para Alfonso VI), en este caso al rey taifa Abd Allah ibn Buluggin.

Lamentablemente, justo en ese momento Abd Allah, último zirí de Granada, emprendía una campaña militar contra su vecino Al-Mutamid. La prestación de las parias obligaba a los ejércitos cristianos a defender a los musulmanes. De modo que las mesnadas de García Ordoñez y la de Rodrigo Díaz se vieron necesariamente enfrentadas en la batalla de Cabra. No parece que la ayuda prestada por Rodrigo al rey sevillano fuera entendida por Alfonso VI sino como una de las obligaciones de su fiel vasallo, que protegía con esta acción los impuestos que recaudaba León en la taifa más rica del sur de al-Ándalus. Sin embargo, la literatura tiñó este suceso de enconada rivalidad entre el Cid y su rival, y de inquinas y maledicencias que le costarían al legendario héroe la expatriación, salvando de paso la integridad de la acción del rey, que se habría visto engañado por los malos mestureros y llevado a obrar así injustamente.

Como dijimos, si difícil es saber cuál fue la verdadera causa de que Rodrigo Díaz sufriera la ira regia, al menos podemos constatar que la última acción previa a su destierro fue una incursión de castigo por tierras de la Taifa de Toledo que llevó al Campeador demasiado lejos en su persecución de un contingente andalusí: saqueó campos que estaban en ese momento bajo la protección del rey Alfonso. Y no ha de olvidarse que en ese tiempo necesitaba el rey leonés mostrar a su vasallo Al-Qadir que ejercía la defensa de la taifa toledana con la mayor firmeza; pues de ganarse la voluntad de este reyezuelo títere dependía en gran medida la posibilidad futura de enviarlo a Valencia a cambio de ser él mismo quien hiciera su entrada en la antigua capital de los godos en 1085, rasgando por el centro el tejido de al-Ándalus, como en acertada metáfora describiría la poesía de Abd Allah al-Assal (muerto en 1094):
Andalusíes, preparad vuestras monturas, permanecer aquí es un error.
Los vestidos acostumbran a deshilacharse por los extremos, pero al-Ándalus se ha roto comenzando por el centro.
Sea como fuere, a fines de 1080 o 1081, y tras esta razia por Toledo, Rodrigo Díaz tiene que partir del reino con sus vasallos y buscar un nuevo señor al que servir. Tras ser rechazados sus servicios por los condes de Barcelona Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II el Fratricida (que como su sobrenombre indica no tardaría en asesinar a su hermano para quedarse solo en el gobierno condal), fue aceptado por los reyes islámicos de la Taifa de Zaragoza, a quienes el Cid serviría fielmente por espacio de un lustro. De su estancia en la más poderosa de las taifas del norte de al-Ándalus, hablaremos más adelante.

domingo, 25 de abril de 2010

El Cid falsificado II

Decíamos ayer que, parafraseando el Quijote, hay grandes dudas acerca de las hazañas que dicen que hizo el Cid. La diferencia que va de lo que leyendas y literatura han ido añadiendo a su figura, y sus hechos documentados, es notable.

Rodrigo Díaz (no sabemos si de Vivar) fue un noble castellano que en 1058 entró en la corte de Fernando I de León a servir como paje (doncel) del príncipe Sancho. Un error común es que el Cid fuera su alférez, un cargo que en la segunda mitad del siglo XIII está definido en las Partidas de Alfonso X el Sabio como portaestandarte real y jefe del ejército. Evidentemente un adolescente Rodrigo al servicio de un infante de Castilla no tenía estas atribuciones, y el armiger regis que se podrá traducir doscientos años más tarde por alférez real, aún no ha adquirido este contenido semántico. Todo lo más se podría verter al castellano de hoy como escudero.

En 1063 el infante Sancho acudió en auxilio del rey Al-Muqtadir de la Taifa de Zaragoza que se defendía del intento de Ramiro I de Aragón de conquistar las fértiles tierras del valle del Ebro, y cuyo camino pasaba por tomar Graus. En esta batalla murió el soberano aragonés, según cuenta la leyenda, a manos de un soldado árabe llamado Sadaro, que hablaba romance y consiguió acceder al real de Ramiro I en hábito de cristiano, clavándole una lanza en la frente. La pérdida de Ramiro I fue traumática para Aragón, y es entendible que hayan surgido relatos legendarios que explican su muerte. Conociendo que Rodrigo Díaz servía al príncipe Sancho hay quien ha atribuido al Cid la muerte del rey de Aragón, aunque, de nuevo, no tenemos constancia alguna de que Rodrigo hubiera participado en la expedición del rey islámico de Saraqusta contra el joven reino cristiano de las montañas pirenaicas. Es lícito pensar que a tan arriesgada empresa en tierras extrañas hubiera acudido solo un contingente de guerreros experimentados, más cuando la edad de Rodrigo podría estar rondando los catorce años.

A finales de la década de 1060 Rodrigo Díaz intervino activamente en la guerra que enfrentó a los hijos de Fernando I el Magno —quien había conseguido adquirir el reino de León y el condado de Castilla— Sancho, Alfonso y García. Es ahí donde Rodrigo Díaz comenzó a ganar renombre como luchador en batallas campales, las más nobles de cuantas se disputaban en esta época (por contraste con algaradas o sitios, que de honroso tenían menos), y tras los éxitos en las de Llantada (1068) y Golpejera (1072), Sancho II arrebató a su hermano Alfonso VI el reino de León. Rodrigo, cercano compañero de armas del nuevo rey desde su juventud, sin duda adquirió en estas campañas fama y prestigio.

Continuará...

domingo, 18 de abril de 2010

El Cid falsificado

Ya le decía el canónigo a don Quijote (I, XLIX) que «en lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dicen creo que la hay muy grande». De hecho hoy se duda de la existencia de Bernardo del Carpio y, aunque no de la del Campeador, sigue en pie la diferencia que hay de sus hechos a lo que ha pasado a la leyenda.

En primer lugar su nacimiento. No se sabe a ciencia cierta cuándo fue (lo más que se puede decir es que lo hizo a mediados del siglo XI) ni dónde. Pese a que la tradición insiste en que vio la luz en el lugar de Vivar, cerca de Burgos, lo cierto es que no hay testimonio alguno que confirme ese hecho. Otra creencia común es que fue un infanzón castellano, es decir, perteneciente a la más baja nobleza, y que el valor de su brazo lo encumbró, generando en el camino la envidia de la alta nobleza castellana y sobre todo leonesa. Esta es, en parte, la imagen que transmite el Cantar de mio Cid, la obra cumbre de la épica española, datada hacia 1200.

Pero la realidad fue diferente. Provenía uno de los más altos linajes de Castilla por vía materna; y por la rama varonil heredó un patrimonio considerable, solo al alcance de los grandes señores castellanos. Aunque su abuelo paterno (que aún no sabemos quien fue) no hubiera sido noble de gran prosapia, lo cierto es que su padre dominaba extensas propiedades y, eso sí, incluía zonas cercanas a Burgos. Que Rodrigo Díaz perteneció a la aristocracia castellana lo demuestra el hecho de que muy joven entró a servir como armiger regis (algo así como un escudero) del futuro Sancho II de Castilla. Y una vez muerto este en el cerco de Zamora, es sucedido por Alfonso VI de León y Castilla, con el que también el Campeador desempeñó importantes funciones, como la de ser procurador (quizá también juez) en varias causas judiciales o comisionado ante el rey de la Taifa de Sevilla y gran poeta andalusí Almutamid para cobrarle las parias.

No tenemos ninguna constancia de que la enemiga contra el Cid provenga de malos mestureros, de la envidia del importante magnate García Ordóñez y mucho menos de la difundidísima Jura de Santa Gadea, mito del siglo XIII que tuvo gran éxito y extendería posteriormente el romancero, pero que no existió. Lo más probable es que el Campeador sufriera la ira regia (una figura jurídica de la época que conllevaba el destierro) porque asoló tierras del protectorado toledano de Alfonso VI y esa acción comprometía gravemente la estrategia del monarca de León y Castilla, que por entonces usaba como títere al reyezuelo al-Qadir.

Y para no aburrir más dejamos aquí las leyendas del campeador con una imagen de su firma autógrafa ego ruderico y la promesa de escribir un serial sobre el Cid de la Historia y sus falsificaciones legendarias.