lunes, 6 de diciembre de 2010

El Cid falsificado XVI: Príncipe de Valencia

Conquistada la ciudad, El Cid asume su señorío bajo el título de príncipe de Valencia, por lo que desde el 17 de junio de 1094 hasta la reconquista musulmana de mayo de 1102, cuando Jimena, la esposa del Campeador, abandona la urbe a instancias de Alfonso VI, el territorio cristiano tendrá estatus de principado.

Nada más tomar posesión el Cid reunió a los principales de la ciudad en el arrabal de Villanueva, donde el antiguo palacio real de Abd al-Aziz le servía de residencia, y proclamó las primeras medidas de gobierno. Se comprometía a devolver a sus dueños las tierras del alfoz, a suprimir todo impuesto ajeno al Corán y respetar los usos y costumbres islámicas, bajo los cuales impartiría justicia entre los mahometanos. Prometía, asimismo, devolver los bienes incautados por el ex gobernador Ibn Yahhaf a sus propietarios legítimos, suprimir el comercio de esclavos y designar almojarife (ministro de hacienda) a su fiel Ibn Abduz, un musulmán.

Estas medidas suponían que El Cid gobernaría el principado valenciano como un estado multicultural, donde la mayoría islámica mantendría sus leyes y costumbres. Sin embargo, la conversión de la mezquita aljama en catedral indica que el principado pasaba identificarse con una conquista cristiana, y en este sentido incide la documentación de donación a la catedral, donde el obispo Jerónimo de Perigord expresa inequívocamente el afán de cruzada que movía por entonces las conciencias del clero francés.

Inmediatamente el Cid exigió a Ibn Yahhaf, el ya destituido cadí, la entrega del tesoro real de Al-Qádir íntegro, pero el antiguo gobernador alegó que ya no lo conservaba. Rodrigo Díaz, desconfiando, le advirtió de que de encontrarlo, aunque fuera solo en parte, se reservaba la opción de castigarle con la pena de muerte. Pronto el Cid hizo saber a los magnates de la ciudad, a través de su almojarife, que deseaba capturar a Ibn Yahhaf. Los notables valencianos se conjuraron para apresar al ex alcaide y llevarlo a poder del Campeador. Más tarde Ibn Yahhaf es conducido a Cebolla (Yubaila), donde fue torturado para obtener información sobre el paradero del tesoro regio, con nulos resultados. Vista la firmeza del reo, se le mandó escribir una relación de todos sus bienes con aviso de que si se le encontraba algún bien no declarado o que se demostrara perteneciente al tesoro real, sería ajusticiado. Se ordenaron registros a aquellos que habían formado parte del círculo de confianza del ex gobernador, ante lo cual no tardarían en aparecer grandes cantidades de joyas cuya custodia había sido ordenada por Ibn Yahhaf bajo la promesa de repartirlas si la guarda resultaba eficiente.

Para Rodrigo los hechos eran flagrantes. Solo quedaba preguntar a Al-Waqasí, poeta y alfaquí a quien el castellano había nombrado caíd de Valencia por consejo de los notables mahometanos de la ciudad, qué pena debía recibir según la saría el perjuro regicida, a lo que el sabio caíd (que moriría dos años más tarde el 23 de junio de 1096) respondió que la lapidación. Fuera apedreado o quemado en la hoguera (como relata Ibn Alqama), el caso es que El Cid dispuso ejecutar a quien había gobernado la ciudad en los años previos a su conquista.

domingo, 31 de octubre de 2010

El Cid falsificado XV: la conquista de Valencia (3)

A fines de agosto de 1093 un suceso imprevisto vino a truncar al Cid el plan de asedio de Valencia, pues el veterano rey taifa de Albarracín Abdel Malik vio la oportunidad de buscar una alianza con Sancho Ramírez y su hijo, el futuro Pedro I de Aragón, por la que a cambio de cierto dinero y una fortaleza en Levante, le proponía hacerse con Valencia pescando en el río revuelto. Pero Rodrigo se enteró de estos planes y, recogida la cosecha de Alcira, se dispuso a castigar al señor de Albarracín comenzando por la localidad de Fuente Llana y lanzando sus algaras por toda esta tierra, apoderándose de cosechas, ganado y prisioneros. Sin embargo, en una escaramuza en la que Rodrigo cabalgaba solo con unos cuantos hombres de escolta, fue atacado por doce jinetes de Ibn Razín y estuvo a punto de perder la vida tras sufrir una grave herida en el cuello, de la que tardó en recuperarse tres meses.

A últimos de noviembre de 1093 el Campeador, ya sano, regresa a sus posiciones de asalto a Valencia. Entonces llegan noticias de que un ejército almorávide al mando de Abu Bakr ibn Ibrahim al-Lamtuni, pariente de Yusuf ibn Tasufín, se dirige al rescate de la capital levantina. La población proalmorávide de esta ciudad recobra la moral y espera ansiosamente la liberación por parte del ejército norteafricano.

El Cid decide tomar La Rayosa, Rusafa y Mestalla, arrabales situados al sur de la ciudad, y se dispone allí a interceptar el avance de Abu Bakr. Preparando el terreno, ordena inundar todas las huertas y tierras situadas entre sus posiciones y las del adalid almorávide, que había llegado hasta Almusafes, a unos veinte kilómetros de Valencia. Pero una parte de la población de la ciudad no está dispuesta a colaborar con el ejército de Abu Bakr, empezando por Ibn Yahhaf, que debido al pacto que tiene establecido con el Cid, mueve los hilos para impedir a toda costa que los almorávides puedan llegar a hacerse con Valencia. En todo caso, al llegar a Almusafes, Abu Bakr descubre que no va a poder contar con la colaboración de la población musulmana sobre el terreno, que en gran medida agradece la labor de protección que en esas tierras ha desarrollado desde 1091 Rodrigo Díaz.

La noche de la víspera de la batalla se da una circunstancia casual que acaba de redondear la estrategia del Campeador, pues se precipita una tormenta pavorosa que deja los caminos maltrechos y dificulta enormemente atacar las posiciones de la hueste cidiana. El campamento almorávide comprende que el abastecimiento va a ser imposible y que es vano esperar a que el estado del terreno permita maniobrar, con lo que Abu Bakr se retira esperando quizá una mejor oportunidad.

A fines de 1093 o comienzos de 1094 el Cid ha logrado neutralizar la amenaza de socorro almorávide. Solo es cuestión de apretar el cerco y esperar la rendición de Valencia.

En el interior de la urbe las disensiones entre procidianos y proalmorávides se intensifican. Liderados por el magnate Ibn Walid, la facción almorávide derroca al gobernador Ibn Yahhaf en febrero o marzo, pero un nuevo giro político le devuelve el poder poco tiempo después.

Los víveres escasean, lo poco que se puede comprar en la ciudad alcanza unos precios desorbitados. En verano quedan solo cuatro monturas en Valencia, de las que un caballo y un mulo pertenecen a Ibn Yahhaf. Muchos de los habitantes de la capital del Turia intentan salir del presidio en que viven, pero Rodrigo decreta la incomunicación total para impedir que las bocas hambrientas alivien la presión del asedio escapando, ordena la muerte de quienes osen abandonar la ciudad, y llega a quemar ante la vista de los vigías de Valencia a los que se evaden. Mientras, su villa de Cebolla prospera, y su residencia en Villanueva es el antiguo palacio real de Abd al-Aziz, el gran rey de la Taifa de Valencia en su periodo de máximo esplendor. Por si fuera poco el Campeador no deja de acosar la capital, arrasando los arrabales contiguos a sus muros, estableciendo permanentemente un cerco completo y atacando las murallas al asalto siempre que tiene la oportunidad de hacerlo.

El 1 ó el 2 de junio de 1094, finalmente, y por consejo del sabio Al-Waqasi, Ibn Yahhaf pacta con el Cid la entrega de la ciudad si no llega auxilio en un plazo de quince días. Las condiciones serán que Ibn Yahhaf se mantendrá en el poder, pero el Cid recaudará todos los impuestos a través de su fiel almojarife Ibn Abduz y será, al fin y al cabo, quien tenga el mando supremo al controlar el ejército y la economía. Respetará a la población musulmana e implantará la ley coránica para esta.

Temeroso el arribista Ibn Yahhaf, intenta convencer a Al-Mustaín II de Zaragoza para que le socorra, pero este demora intervenir y, aunque le promete que lo hará, no tiene la más mínima intención de enfrentarse con el poderoso ejército del Cid, que ha ido allegando tropas de los alcaides de toda la región levantina. Además, el propio rey de Saraqusta pasa por grandes dificultades: en 1089 ha perdido a manos de Sancho Ramírez Monzón y sus tierras, convertidas en una marca del Reino de Aragón gobernada con mano firme por el heredero Pedro I. Y en este momento se defiende del ataque a Huesca, donde el rey Sancho Ramírez perdió la vida. En esta situación el rey saraqustí no está para rescates en Levante.

También envió Ibn Yahhaf emisarios a Murcia para solicitar la ayuda del gobernador almorávide de esta zona de al-Ándalus, Muhammad ibn Aisa, hijo de Yusuf ibn Tasufin, pero estos correos no regresaron a Valencia.

Perdida toda esperanza, el 17 de junio de 1094 el Cid toma posesión de la ciudad.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El Cid falsificado XIV: la conquista de Valencia (2)

Una vez conquistado el castillo de Cebolla (o Yubaila), el Cid lo repobló, fortificó y comenzó a construir una villa en su alfoz con el fin de crear un mercado donde vender los excedentes de las algaras previstas para mantener su mesnada. A comienzos de julio de 1093 dirige sus tropas hacia la capital y acampa en los arrabales de Valencia. Desde esa posición se dedicó a socavar sus defensas y líneas de abastecimiento. En primer lugar destruyendo las poblaciones de las cercanías, apoderándose de los molinos y barcos de los puertos y requisando las cosechas; más tarde atacó los arrabales y barrios extramuros, utilizando los materiales aprovechables para la construcción de la villa de Cebolla.

En ese momento Al-Mustaín II de Zaragoza mostró su interés en Valencia, ofreciendo sesenta caballeros a Ibn Yahhaf para protegerle tanto del Cid como de los almorávides, pero era poca fuerza para resistir tantas amenazas, además de que el gobernador valenciano aspiraba aún a mantenerse independiente.

Es entonces cuando el Campeador comienza la conquista, a fuego y hierro, del arrabal de Villanueva, situado al norte del Guadalaviar, en torno al actual Museo de Bellas Artes Pío V. Acabada la resistencia, comienza a tomar el arrabal de La Alcudia, situado también al norte de la ciudad y al oeste del de Villanueva, más o menos al otro lado del río enfrente de las actuales torres de Serranos, donde se situaba la puerta de Alcántara, es decir, del puente. Aquí Rodrigo resultó herido tras una caída del caballo, y la lucha se hizo difícil, casa por casa y hombre por hombre. Mientras una parte de su hueste se dirigía atravesando el puente hacia la puerta de Alcántara, otros mantenían a raya a los defensores de la Alcudia. Los caballeros que intentaban ingresar por la puerta del puente fueron rechazados por mujeres y jóvenes valencianos que arrojaron desde torres y almenas de los muros de Valencia grandes piedras. A mediodía el combate aún era incierto y el Cid reagrupó su tropa. Por la tarde reanudó las hostilidades y, tras una feroz lucha, cayó también en arrabal de La Alcudia, con lo que el castellano dominaba el norte de la ciudad y toda la margen izquierda del Guadalaviar. Al sur, amenazada, resistía la capital.

Tanto en Villanueva como en La Alcudia dejó Rodrigo guarniciones, y habilitó estos barrios para alojar a su ejército. En estos arrabales el Cid instituyó un gobierno autónomo que permitió a la población musulmana conservar sus propiedades. Allí implantó la ley islámica, con lo que desaparecían todos aquellos impuestos no recogidos en el Corán. Para este cometido nombró almojarife a su wālī personal Ibn Abduz. Tributar solo el diezmo musulmán era algo inhabitual bajo el dominio andalusí, que había gravado durante mucho tiempo a sus pobladores con exacciones extraordinarias para pagar las parias y otras soldadas con que obtenían la protección de los belicosos cristianos. No debía de ser demasiado consciente la población de estos arrabales de que había sido precisamente el Cid uno de los principales beneficiarios de estos onerosos impuestos durante su protectorado en la región. Al disminuir la presión fiscal, y establecer en estas poblaciones importantes mercados para dar salida al botín de los saqueos del Cid, tanto La Alcudia como Murviedro o Cebolla se convirtieron en enclaves emergentes, y su vitalidad y riqueza generaban la envidia y desesperación de los habitantes de la metrópoli, cada vez más estrangulados por el nudo que imponía poco a poco el Campeador.

En agosto el cerco se va cerrando sobre Valencia. Mientras Ibn Yahhaf disponía de la excusa perfecta para racionar las provisiones a la guarnición almorávide de la ciudadela, mantenía el pacto secreto con el Cid. El castellano insistía públicamente en que no comenzaría ningún tipo de negociación si no eran expulsados los almorávides de la ciudad. Es más, exigió a Ibn Yahhaf el pago de los víveres que allí había almacenado y que ahora estaban incautados por el gobernador; además, pidió a Valencia impuestos equivalentes a los que se pagaban en su día al rey Al-Qadir, incluidos los atrasos acumulados desde que su protegido fuera asesinado. Y daba un plazo de un mes a Valencia para que en su socorro acudiera un ejército almorávide. Cumplido este, la ciudad le sería entregada.

Pero secretamente el Cid hacía saber a Ibn Yahhaf que permitiría que este continuara gobernando tras su entrada en la ciudad, y se convertiría en su protector, siempre y cuando evitara que acudiera el auxilio almorávide. En todo caso, no debía abrirles las puertas de la ciudad so pena de romper el pacto establecido. Con esa estrategia, Ibn Yahhaf buscó la alianza de los alcaides de Corbera, Játiva y Alcira, aunque Ibn Maimón, caíd de Alcira, rechazó el pacto. En ese momento El Cid llevó a cabo una expedición de castigo contra el alcaide de Alcira, y aprovechó para asegurar su fortaleza de Peña Cadiella. Emprendió, asimismo, una razia contra Villena para aprovisionar aquel castillo. De paso, intimidaba a los almorávides andalusíes. Para finales de agosto de 1093 la suerte de Valencia parecía echada.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El Cid falsificado XIII: la conquista de Valencia (1)

A comienzos de noviembre de 1092 el Campeador llega al fin a Cebolla, que era el tradicional punto de partida de todos los asaltos a Valencia. Allí se habían refugiado los partidarios del difunto Al-Qadir y del Cid, pero a la llegada de este, su alcaide no estimó conveniente franquearle la fortaleza, posiblemente por temor a las represalias almorávides; sin embargo, sus partidarios salieron al encuentro del castellano, que acampó a las puertas del castillo e inició su asedio.

Rodrigo Díaz había perdido el protectorado levantino y las tasas que recaudaba, con lo que su primera acción fue reclamar al gobernador o cadí de Valencia Ibn Yahhaf (quien regía la ciudad teóricamente en nombre del emir almorávide Yusuf ibn Tashufin) los víveres que tenía almacenados fruto del anterior dominio cidiano, pero el cadí se negó a entregárselos. Entonces exigió a las poblaciones de la zona que le fueran entregadas provisiones para mantener a su mesnada, a lo que accedieron todos temiendo la fuerza bélica del Cid, excepto el alcaide de Murviedro Ibn Luppon, quien estaba aliado con Ibn Razín de Albarracín, que a su vez permitió a Rodrigo Díaz establecer allí un mercado donde abastecerse y vender el botín de sus saqueos.

El siguiente paso del Campeador fue organizar razias por los alrededores de Valencia, vitales para la manutención de su ejército, en las que respetaba las cosechas pero rapiñaba ganados, monturas, objetos de valor y capturaba prisioneros que luego vendía como esclavos, como un noble de Alcalá de Chivert (torturado por el Cid según fuentes árabes) por cuyo rescate cobró una gran suma de dinero y las casas de Ayaya de la ciudad en caso de que el Campeador la lograra conquistar. Con ello además amedrentaba a la población y hacía sentir su autoridad, a la que difícilmente podían oponerse los escasos 300 caballeros de que disponía el ejército valenciano de Ibn Yahhaf, contando con jinetes andalusíes y los escasos almorávides que, en teoría, habían tomado posesión del alcázar. En la práctica era Ibn Yahhaf quien tomaba las decisiones, aunque se mantenía viviendo en una residencia particular.

Formalmente Valencia era una posesión delegada perteneciente a Yusuf ibn Tasufin, pero en la práctica la situación era bastante compleja ya que diversos poderes pugnaban en ese momento por la rica Valencia. Además, Ibn Yahhaf sufría una fuerte oposición interna tanto por la incomodidad con que los militares almorávides aceptaban de mala gana su poderío efectivo, como por la actividad de las facciones nobiliarias disconformes, encabezadas por la familia de los Banu Wayib, que tenía numerosos partidarios y se apoyaba en la población proalmorávide.

Es en esta situación cuando el Campeador ofrece un pacto a Ibn Yahhaf por el que se compromente a ayudarle a proclamarse príncipe independiente de Valencia a cambio de que expulse al contingente armado almorávide y a los Banu Wayib. El cadí valenciano consultó con su prisionero Ibn Al-Farach, ex wazir del Cid y de Al-Qadir, que le animó a sellar ese acuerdo secreto asegurándole la lealtad del castellano.

De este modo Ibn Yahhaf comenzó a regatear las provisiones para los almorávides alegando que los suministros empezaban a escasear debido a las actividades predatorias del Cid, aunque el gobernador se conducía con todo lujo y escolta, y mantenía oculto el tesoro del ex rey Al-Qadir. Por otra parte, el caudillo de los almorávides de Murcia y Denia Ibn Aisa le reclamaba igualmente las riquezas del extinto rey taifa para presuntamente enviarlas al emperador Ibn Tashufin. Con este montante le prometía que el emir norteafricano reuniría un ejército de socorro que pudiera expulsar de Valencia al Campeador. El gobernador decidió enviar a ibn Aisa solo una parte del tesoro real con dos miembros de la familia de Wayib y el antiguo alguacil y amigo del Cid Ibn Al-Farach que, fruto del tratado establecido con el adalid cristiano, fue liberado. Fue Al-Farach quien se las ingenió para hacer llegar a Rodrigo Díaz la noticia de la expedición, que fue interceptada y requisada por este, aunque pronto advirtió por la escasa cuantía del mismo que no había sido más que un señuelo que Ibn Yahhaf había egresado para ganar tiempo.

Al cabo de ocho meses de asedio de Cebolla el Cid consiguió hacerse con esta importante cabeza de puente en verano de 1093 y continuar con la estrategia que le había de llevar a la conquista definitiva de la feraz capital levantina.

domingo, 22 de agosto de 2010

El Cid falsificado XII: intrigas en Valencia

Mientras el Campeador permanecía en Zaragoza, la situación en Valencia capital se tornaba cada vez más inestable. La facción proalmorávide de la ciudad crecía desde fines de 1091, estimulada por las conquistas recientes, esperando que el nuevo poder norteafricano podría imponer orden en la agitada y corrupta política de la ciudad, liberando a los musulmanes valencianos de un señorío de facto cristiano y de las alcábalas y otras tasas no sancionadas por la ley islámica.

El Cid, antes de marchar a Zaragoza, había dejado como administrador y tesorero de confianza al-wazir de Valencia Ibn Al-Farach a cargo de la recaudación de impuestos que el Campeador recibía. Pero al frente de los afectos a la causa almorávide se situó el cadí de la ciudad Ibn Yahhaf, quien aprovechando la ausencia del Cid durante el año de 1092, prometió al general almorávide Ibn Aisa entregarle Alcira y Valencia. Con la situación muy comprometida en Valencia, en octubre, Rodrigo se decidió a volver, pero ya era tarde.

Ibn Aisa había mandado un destacamento de jinetes almorávides al mando de Ibn Nasr a Alcira, donde tomaron posesión de la plaza. No tardaron en apostarse a las puertas de Valencia. Mientras tanto, el cadí Ibn Yahhaf había detenido a Ibn al-Farach y, con la ayuda de sus partidarios, entre los que figuraban algunos potentados de la ciudad, como el magistrado Ibn Wayib, y los guerreros almorávides venidos desde Alcira, tomaron al asalto la ciudadela valenciana, de donde tuvo que huir el rey Al-Qadir (disfrazado, al parecer, de mujer y mezclado entre su harén) y toda su corte, entre los que se contaban el obispo nombrado por Alfonso VI, la comunidad mozárabe y otros andalusíes cercanos al Cid. Sin embargo, el que había sido rey de Toledo y de Valencia, siempre protegido por los magnates cristianos, solo logró esconderse en una vivienda cercana a ciertos baños públicos. Allí fue localizado por los sublevados con prontitud. Ibn Yahhaf encargó a un descendiente de Abu Bakr ibn al-Hadidi que ejecutara al monarca y vengara así la muerte de su pariente, que Al-Qadir había ordenado cuando reinaba en Toledo. El joven Banu Hadidi decapitó al soberano, su regia cabeza fue paseada por las calles de Valencia clavada en una pica y su cuerpo arrojado a un muladar, donde un vecino piadoso le dio sepultura sin mortaja, cual si se tratara de un indigente. También fue ajusticiado el ex rey de la taifa de Murcia Abu Abderramán Ibn Tahir, quien había socorrido al monarca de Valencia en una ocasión en que fue sitiado por el rey taifa de Denia.

Los fieles al rey supervivientes buscaron refugio en Yubaila/Cebolla, fortaleza gobernada por un mahometano de Albarracín en nombre del señor de la taifa de Alpuente Ibn Qasim. Los exiliados fueron acogidos por el almojarife o tesorero judío del difunto Al-Qadir. Otros se apresuraron a encontrarse con Rodrigo, que ya acudía a Cebolla, para informarle de la revuelta y de la muerte del rey. El Cid había perdido todo su dominio sobre las tierras valencianas a causa del avance almorávide e Ibn Yahhaf, un líder interesado sobre todo en el tesoro que Al-Qadir había escondido en Segorbe y Olocau de Valencia (localidad situada a unos treinta kilómetros de la capital levantina), se había convertido en el nuevo y arrogante príncipe de Valencia.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Cid falsificado XI: la invasión almorávide

El año de 1091 el Imperio Almorávide extendió su dominio por todo el sur de al-Ándalus. Bajo el mando de los generales Sir ibn Abu Bakr y Muhammad ibn Aisa (primo e hijo respectivamente del emir Yusuf ibn Tasufín), el ejército norteafricano conquista, una tras otra, las taifas y plazas fuertes del sur peninsular a excepción de Badajoz (que no caería hasta 1094) y Zaragoza (que se resistiría al dominio almorávide hasta 1110). Tarifa capitula en diciembre de 1090, Córdoba a fines de marzo de 1091, Carmona en mayo, Sevilla (pese al intento de socorro de Álvar Fáñez) es tomada al asalto en septiembre; finalmente, los almorávides rinden Almería y en noviembre sucumbe Murcia.

Entretanto, El Cid, regresado a sus dominios levantinos, toma precauciones. Comienza a restaurar la fortaleza de Peña Cadiella, actual Benicadell, y los trabajos son finalizados en octubre. La segunda mitad de ese año la pasa el Campeador recorriendo sus dominios en la zona (Morella, El Puig, Valencia) y afianzando su poder. Sin embargo, a comienzos de 1092 localizamos a Rodrigo Díaz en Zaragoza, trabando alianzas con todos los poderes de la zona, especialmente con su viejo amigo Al-Mustaín II, con quien establece una firme alianza.

Todo este año permanece el Cid en la Marca Superior de al-Ándalus, y eso pese a que la amenaza almorávide se cernía sobre Valencia. Ibn Aisa había conquistado en los primeros meses de 1092 la fortaleza de Aledo (que tan cara había sido de mantener por parte de Alfonso VI), Denia y Játiva, situando el poder almorávide a pocos kilómetros de Valencia y disputando con fuerza el señorío cidiano.

Por si fuera poco, el mismo Alfonso VI decide en 1092 utilizar la fuerza contra el Cid, probablemente disgustado por la usurpación de su influencia (y de los impuestos) en Levante por parte del que no era, ni mucho menos, un sumiso vasallo. Así, contrata los servicios de la flota de Pisa y Génova, las más poderosas del Mediterráneo en este tiempo, y planea un ataque por mar y tierra contra Valencia. El Cid permanece, no obstante, en Zaragoza.

El rey Alfonso acampa en El Puig (entonces llamado Yubaila o Cebolla), un cerro desde el que se preparaba cualquier ataque a la capital del Turia, en espera de la llegada de la armada pisana y genovesa. Pero la flota se retrasaba, y la logística impedía al rey de León y Castilla permanecer por más tiempo allí, por lo que tuvo que regresar a su corte toledana. Para no desaprovechar la presencia de esta fuerza naval, Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II de Barcelona la utilizaron para un intento, también infructuoso, de tomar Tortosa.

Todo quedó, al fin, en nada. Pero El Cid se tomó represalias atacando el reino de Alfonso VI a través de la región de La Rioja, gobernada por el conde García Ordóñez, que atacó con saña: devastó, asoló e incendió toda la zona sin que el conde castellano se atreviera siquiera a hacer frente al Campeador. Tras esta demostración de fuerza, El Cid volvió a su vida regalada en Zaragoza.

martes, 13 de julio de 2010

El Cid falsificado X: ruptura con Alfonso VI

Tras su victoria sobre Berenguer Ramón II el Fratricida en la batalla de Tévar, el Cid se dirige a Daroca para recuperarse de las heridas y la subsiguiente enfermedad que le aquejó.

Allí recibe noticias del deseo del conde de Barcelona de hacer las paces. Rodrigo, tras mostrarse remiso, aceptó con la condición de que el barcelonés renunciara a cualquier aspiración a cobrar las parias del reino musulmán de Lérida, Tortosa y Denia, donde a la sazón moría su monarca, Al-Mundir al-Hayib, dejando un heredero tan joven --Sulaymán Sayyid ad-Dawla-- que tuvo que ser tutelado por los Ibn Betir, dos hermanos y un primo que se repartían la regencia de los tres distritos leridanos. En adelante los Ibn Betir pagarían las parias al Cid a cambio de su protección. El protectorado cidiano se extendía así desde Tortosa hasta Denia, usurpando, desde el punto de vista de Alfonso VI de León, el poder recaudatorio que en Levante le cediera años atrás. A fines de 1090, recuperado el Campeador, se establece en Burriana y desde allí comenzó a someter las fortalezas que aún no reconocían su autoridad: Cebolla (actual El Puig) y Liria.

Entretanto, el emir almorávide Yusuf ibn Tasufín había cruzado de nuevo el estrecho para deponer a los reyes taifas. Para ello instigó la proclamación de fetuas que declaraban la ilegalidad de las parias y otros impuestos no recogidos en el Corán, y denunciaban la actitud colaboracionista con los cristianos de estos monarcas andalusíes. Comenzó por derrocar al rey zirí de Granada Abdalá ibn Buluggin, quien nos dejó un valioso testimonio autobiográfico en sus memorias. Poco después, su hermano mayor Tamim ibn Buluggin, régulo de Málaga, era también destronado. Yusuf ibn Tasufín volvía al Magreb, pero dejaba los ejércitos almorávides al mando de Sir ibn Abu Bakr con la orden de acabar con la espléndida corte de Al-Mutamid y su reino taifa de Sevilla.

Tanto el último zirí de Granada como el postrer abadí sevillano compraban su protección a Alfonso VI, que intentó cumplir con las obligaciones de las parias enviando dos ejércitos de socorro a los reyes hispanoárabes. El primero, bajo el mando de Álvar Fáñez, no consiguió reconquistar Sevilla para los andalusíes; para el segundo, a sus órdenes directas, reclamó la ayuda del ejército del Cid con el fin de retomar Granada para el desterrado a Mequinez Abdalá ibn Buluggin. El Campeador estaba a punto de culminar con éxito el sitio a Liria cuando recibió cartas de Constanza de Borgoña (esposa de Alfonso VI) que le recomendaban unirse a la hueste del rey, pues la disposición de Alfonso era favorable a una reconciliación. El Cid, efectivamente, levantó el asedio y se dirigió a Martos donde esperaba el rey de León y Castilla. Pero pronto surgieron las desavenencias.

El Cid no se conformaba con subordinarse a Alfonso y mantenía la actitud de un soberano aliado y no la de un vasallo. Sin duda este proceder acabó por incomodar al monarca, que le afeó su conducta públicamente, quizá reprochándole que se hubiera apropiado de las parias que el rey de León consideraba de su zona de influencia. Además la expedición fracasó. Ya no había enemigo con el que combatir, pues Ibn Tasufín estaba en Ceuta y había dejado una fuerte guarnición en Granada que, de seguro, impidió toda rebelión mozárabe o hispanoárabe, y el ejército conjunto de Alfonso y Rodrigo no debió poder subsistir mucho tiempo sin la colaboración de los granadinos opuestos al poder almorávide.

Frustrado y de regreso, Alfonso VI tuvo con el Cid un fuerte enfrentamiento personal en Úbeda, a resultas del cual aquel intentó arrestarle, aunque este consiguió evadirse, con su mesnada, hacia tierras levantinas de las que nunca regresaría.

Tras analizar los hechos, no puede decirse, en puridad, que el Cid fuera el perfecto y humilde vasallo que nos transmite el Cantar de mio Cid, pero tampoco el mercenario que quiso Dozy, pues Rodrigo podía haber hecho caso omiso a la llamada de Alfonso cuando dominaba el Levante de Tortosa a Denia y estaba a punto de conquistar la fortaleza de Liria, a la que tuvo que renunciar por el momento. Nada extraordinario le podía reportar el acudir con sus tropas al llamado del rey de León y, sin embargo, intentó la conciliación.

domingo, 4 de julio de 2010

El Cid falsificado IX: el protectorado de Valencia

Desterrado por segunda vez, pasa el Cid la Navidad de 1088 acampado en Elche, pero pronto tiene noticias de que el tesoro procedente de los impuestos del distrito de Denia, entonces perteneciente al rey Al-Mundir de Lérida, se custodiaba en Polop. El Campeador debía mantener a su mesnada, pues ahora no dependía de ningún señor, por lo que asaltó la fortaleza y obtuvo un importante botín que le permitiría continuar sus correrías y mantener a su gente contenta. A comienzos de 1089 Rodrigo reconstruye un castillo en Ondara, probablemente en las estribaciones de la sierra de la Segaría, frente a la ciudad de Denia, con el fin de pasar la Pascua. Al rey de Lérida, ante la imposibilidad de defender estas lejanas posesiones, no le quedó otro remedio que pactar con el Cid su retirada de la región, lo que consiguió, sin duda tras pagarle generosos emolumentos.

El Campeador se dirigió entonces a Valencia, donde el débil reyezuelo Al-Qadir, que ya no controlaba las plazas circundantes, ganó también su benevolencia mediante importantes estipendios económicos; tras él, los alcaides de la taifa de Valencia le rindieron asimismo pleitesía en forma de parias. Desde ese momento el Cid había creado, de facto, un protectorado en Valencia.

Para asegurar la frontera norte, donde operaba amenazante el rey taifa de Lérida, el Campeador se instala en Burriana. Al-Mundir no podía seguir tolerando la impune actividad del Cid en territorios tan cercanos a sus intereses, por lo que contrató los servicios del conde de Barcelona Ramón Berenguer II el Fratricida, e intentó sumar a la coalición al rey de Aragón Sancho Ramírez y al conde de Urgel, Ermengol V, pero rechazaron la propuesta. Sin embargo, el monarca leridano intentó seguir allegando fuerzas para conseguir una victoria sobre Rodrigo. Obtuvo también un inicial apoyo a la causa de Al-Mustain II, rey de la Taifa de Zaragoza, pero tras conocer que Alfonso VI de León rechazaba participar en la empresa, abandonó también la alianza.

Entre tanto, el Cid se había desplazado hacia las tierras del interior, a Morella, donde había abundante cosecha y ganados que permitieran sustentar su numerosa hueste. Allí conoció la noticia de la alianza que contra él se preparaba gracias a unos mensajeros del rey de Zaragoza que, posiblemente arrepentido de su primera intención de combatirle y en recuerdo de la antigua amistad y servicios prestados por el Cid a su linaje, quiso avisarle del peligro que se cernía sobre él. Rodrigo respondió a través de los emisarios zaragozanos que no temía nada y que esperaba firme el ataque del conde de Barcelona, ejército mercenario sufragado por Al-Mundir.

En un lugar indeterminado entre Monroyo y Morella, el pinar de Tévar, se produjo en verano de 1090 el encuentro bélico que el Cid ganó gracias a su habilidad estratégica y al buen uso del terreno escarpado, a pesar de haber estado muy cerca de la derrota y haber caído del caballo resultando herido. Por segunda vez el Campeador derrotó al poderoso conde de Barcelona y, también de nuevo, lo capturó, obteniendo una gran cantidad de dinero por su rescate.

domingo, 27 de junio de 2010

El Cid falsificado VIII: el segundo destierro

El primer semestre de 1087 encontramos a Rodrigo confirmando diplomas en la corte real de Alfonso VI, y en verano marcha hacia Valencia con el objeto de apoyar al reyezuelo Al-Qadir, cuyo trono se sostenía a expensas del rey de León, y ahora era hostigado por una coalición de Al-Mundir de Lérida, Tortosa y Denia, y Berenguer Ramón II el Fratricida. El Cid, por su parte, buscó la colaboración con sus viejos amigos los reyes hudíes de Zaragoza para marchar juntos a apuntalar el gobierno de Al-Qadir.

Aunque consiguieron rechazar la coalición leridano-barcelonesa, Al-Mundir tomó la imponente fortaleza de Murviedro, hoy Sagunto, para desde allí seguir amenazando la capital del Turia. El Campeador marchó a Castilla para tener consejo con su rey Alfonso y a su vuelta la situación del régulo valenciano era delicada: el Conde de Barcelona sitiaba la ciudad, apoyado por la guarnición leridana de Murviedro.

Frente a ella acampó el Cid en Torres Torres y comenzó a negociar con Al-Mundir, a quien seguramente pagaría una buena cantidad de dinero (probablemente traída de su reciente entrevista con el poderoso rey Alfonso VI) a cambio de cancelar su alianza con Berenguer Ramón II, privándole de apoyo logístico. Es de pensar que el pacto alcanzado entre Rodrigo y el rey de Lérida llegara a conocimiento del barcelonés y, al verse aislado, negociara con el Cid su retirada a cambio de no ser atacado. Sin duda el catalán recordaría el mal trago pasado de su derrota y cautiverio a manos de Rodrigo en Almenar siete años atrás. Sea como fuere, el Fratricida levantó el cerco sin que Rodrigo lo tuviera que combatir.

Cumplida la misión, era el momento de recoger los frutos. La feraz Valencia y su rey, agradecidos, recompensaron generosamente al Cid; así lo hicieron también otros señores del Levante, que pagaban así las tasas del protectorado de Alfonso VI.

En tanto que el Cid recorría aquellas tierras, adquiriendo un conocimiento de la zona que sería decisivo en el futuro, Alfonso VI es urgido a defender la posición avanzada que mantenía en Aledo: un promontorio casi inexpugnable, quebradero de cabeza para los andalusíes, quienes llamaron al poderoso emir norteafricano para su reconquista.

Así pues, en 1088 Alfonso VI ordena a su vasallo que acuda a reunirse con su mesnada en Villena, para avanzar juntos al socorro del castillo murciano. Pero el encuentro falló. Acampado el Cid en Onteniente, el ejército real le había sobrepasado llegando a Hellín al tiempo que Ibn Tasufín, ante las discordias de los régulos taifas y la enemiga directa del distrito de Murcia (que no aceptaba el dominio integrista almorávide), optaba por la retirada temiendo el ataque castellano-leonés. El caso es que Alfonso VI entendió que Rodrigo había evitado acudir al llamado de su rey, y lo condenó por traición a un segundo destierro con la consiguiente revocación de las honores o tenencias que le habían sido concedidas.

Lo común ha sido siempre exculpar al Cid, pensando que tan fiel vasallo (en línea con la idea heroica creada por el Cantar de mio Cid) no podía haber fallado a su señor, y la interpretación tradicional es que el Cid no consiguió saber dónde se encontraba el ejército real. Es una explicación bastante dudosa, pues un ejército como el de León y Castilla en marcha no podía pasar desapercibido, menos para un experto campeador como Rodrigo, acostumbrado a moverse continuamente y con un sentido estratégico de las posiciones de los ejércitos muy bien entrenado.

Quizá, como conjetura, las sabrosas parias recibidas de los ricos reyezuelos valencianos eran un botín demasiado apetecible; sus caballeros debían recibir el pago de esta campaña. De hecho, se sabe que, conocida la noticia de la caída en desgracia del Cid, muchos de sus caudillos liquidaron su servicio a Rodrigo y marcharon a sus solares. Fuera una traición de Rodrigo a su rey o un desafortunado malentendido, el Campeador sufrió un segundo destierro cuyas causas (de creer la versión regia) eran bastante infamantes para el noble castellano. Y este nuevo castigo fue oportunamente silenciado por las fuentes más propiamente castellanas que, desde fines del siglo XII, comenzarían a ensalzar la figura legendaria del héroe: la Crónica najerense, la Leyenda de Cardeña, la Estoria de España y su versión de la Crónica de veinte reyes.

viernes, 4 de junio de 2010

El Cid falsificado VII: últimos años en Saraqusta

Gracias a las victorias del Cid sobre el conde de Barcelona, el rey de Aragón y el rey taifa de Lérida, el segundo semestre de 1084 sería de placentero disfrute en Medina Albaida Saraqusta. La corte de Al-Mutamán ultimaba los preparativos de una sonada boda: la de su hijo y heredero Ahmed ibn Mutamán al-Mustaín II con la hija del rey taifa de Valencia, Abu Bakr. El enlace, preparado con exquisito cuidado por el visir judío Ben Hasdai, se celebró en Zaragoza el 26 de enero de 1085 como una cumbre al más alto nivel de todos los reyes taifas de al-Ándalus.

El Campeador, adalid de la taifa saraqustí, sería uno de los principales invitados. Esta boda debía consolidar el protectorado que Zaragoza ejercía sobre Valencia desde las conquistas de 1076 del gran Al-Muqtadir. Pero la suerte fue aciaga: el 4 de junio moría el rey valenciano, sucediéndole su hijo Utmán, y a comienzos de 1086 se producía el deceso de Al-Mutamán, el impulsor del matrimonio. Al-Mustaín II fue entronizado como rey de Saraqusta. Por su parte, tras entrar triunfalmente en Toledo el 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de León, por medio de la acción de uno de sus mejores capitanes, el sobrino del Cid Álvar Fáñez, colocaba en el trono valenciano al ex rey toledano Al-Qadir y arrebataba a Zaragoza el dominio sobre Valencia.

En la primavera de 1086 el mismo Alfonso VI sitiaba Zaragoza con la intención de cobrarle parias al rey Al-Mustaín II. El asedio se prolongaba en el verano de este año. La situación empezaba a ser preocupante: si también la Ciudad Blanca caía, Alfonso VI enseñorearía por completo las tierras de España. Y aquí viene el gran interrogante ¿qué hizo Rodrigo? No consta ninguna acción suya en este delicado trance. Debería disponerse a defender Saraqusta, pero no hay ni rastro de su proceder. La tensión se resolvió finalmente debido a que el rey taifa de Sevilla, Al-Mutamid, se decidió al fin, tras la decisiva pérdida de Toledo, a solicitar el auxilio de los nuevos defensores de la ortodoxia islámica: los almorávides, que, cruzando el estrecho, avanzaron hacia el norte a través de la Taifa de Badajoz. Alfonso VI se apresuró a interceptar a los africanos en Sagrajas, siendo estrepitosamente derrotado.

La posición del Cid en Zaragoza era incómoda. Muchos zaragozanos, enfervorizados por la llegada al rescate de al-Ándalus de la nueva ŷihād almoravid, albergarían muchos recelos ante la jefatura del castellano en el ejército musulmán. Por otro lado, y tras la reconciliación de Rodrigo Díaz con Alfonso VI a raíz de la catástrofe de Rueda de Jalón, ya referida en un capítulo anterior de esta serie, el rey castellanoleonés pudo haber hecho al Campeador una oferta irrechazable, porque necesitaba a un líder de valía en su ejército, ahora que se enfrentaba a tan temible enemigo en la figura del emir Yusuf ibn Tasufín. En efecto, tras nueve meses al servicio del rey Al-Mustaín II, Rodrigo recibía de Alfonso VI las tenencias u honores detraídas en 1081, y quizá algunas más: se le restituían o concedían los alfoces de Iguña (en la cuenca del Besaya), Ibia, Langa de Duero, Dueñas, Ordejón, Briviesca...

Lo cierto es que entre el 18 de diciembre de 1086 y el fin de ese año el Cid se encuentra en Toledo con Alfonso VI de León y de Castilla, y regresa a su estatus de magnate en la corte leonesa. Rodrigo Díaz el Campeador despedía así cinco años largos de paladín de los reyes musulmanes zaragocíes.

viernes, 28 de mayo de 2010

El Cid falsificado VI: la victoria de Morella

El año 1083 Sancho Ramírez de Aragón hostigaba la frontera del Reino taifa de Zaragoza. En febrero tomaba Ayerbe y Agüero, amenazando peligrosamente la ciudad de Huesca. En abril, se rendía Graus, cuyos muros habían contemplado hacía veinte años la muerte de su padre, Ramiro I, iniciador de la dinastía regia aragonesa. Al-Mutamán contraatacó ordenando al Cid emprender una aceifa de castigo dirigida desde la fortaleza de Monzón.

Sin embargo, la pujanza del Reino de Aragón seguía ampliando sus fronteras al sur. En 1084 caía Arguedas, que solo distaba catorce kilómetros de la populosa Tudela, y Secastilla, estrechando así el cerco cinco kilómetros más al oeste de Graus.

En tanto el Cid tenía otra misión: fortificar el castillo de Olocau del Rey, en pleno distrito de Tortosa, desde cuya base de operaciones lanzaba algaras constantes contra Morella que llegaban hasta las puertas mismas de la ciudad asolando campos y saqueando bienes. Todas estas tierras pertenecían al rey Al-Mundir al-Hayib de Lérida, que seguía en guerra contra su hermano, el rey de Zaragoza. Al-Mundir decide entonces entrevistarse con Sancho Ramírez para, coaligados, combatir la hueste de Rodrigo Díaz.

Llegan a los puertos del Maestrazgo y, en este abrupto terreno, el Campeador les vence con claridad en la batalla de Morella el 14 de agosto de 1084. Tan aplastante es la victoria que persiguió la desbandada enemiga logrando capturar un número importantísimo de nobles aragoneses, navarros, leoneses, gallegos, portugueses y castellanos, lo que muestra que había muchos más magnates que se veían sirviendo a señores ajenos a los de su reino natural. Entre los prisioneros se contaban el obispo de la diócesis ribagorzana de Roda Ramón Dalmacio, el conde Sancho Sánchez de Pamplona (nieto por línea bastarda del rey de Pamplona García III el de Nájera), su sobrino Laín Pérez, el mayordomo del rey de Aragón Blasco Garcés, los tenentes aragoneses Pepino Aznar (cortesano del rey de Aragón y señor de Alquézar), su hermano García Aznar, Íñigo Sánchez (señor de Monclús), Simón García (de Buil), Calvet de Sobrarbe, Fortún García, Sancho García de Alquézar, el conde Nuño de Portugal, Anaya Suárez de Galicia, Gudesteo González, Nuño Suárez de León, García Díaz de Castilla...

El botín debió ser fabuloso, y las fortunas cobradas por el rescate de estos ricoshombres cristianos, extraordinarias. El Cid había cobrado fama y prestigio tal que el rey de Zaragoza, acompañado de su familia, del príncipe heredero Ahmed ibn Mutamán al-Musta'in y de numerosos saraqustíes, salieron a recibir la venida del Campeador veinticinco kilómetros ribera abajo del Ebro, en Fuentes de Ebro, donde fue jaleado gozosamente por sus logros.

viernes, 21 de mayo de 2010

El Cid falsificado V: al servicio de Al-Mutamán

Tras quedar el Cid al servicio de los reyes musulmanes de Saraqusta y obtener para Al-Mutamán la victoria de Almenar sobre su hermano, monarca de la Taifa de Larida, en la que el castellano tuvo gran parte de responsabilidad, Rodrigo (como dijimos) fue vitoreado a su vuelta a Zaragoza en un desfile en el que Berenguer Ramón II de Barcelona sería exhibido como valioso botín. Pronto el Cid sería la principal baza defensiva del reino islámico zaragozano. En 1082, una vez finalizada esta campaña que había asegurado la frontera oriental (fortificadas Monzón, Tamarite de Litera, Escarpe y Almenar), pasa el Campeador a reforzar las defensas de Tudela, por entonces una de las ciudades más importantes de la Taifa de Zaragoza.

Es allí donde le sorprende la noticia de que su anterior señor, el rey de León Alfonso VI, ha estado a punto de perecer no muy lejos, en el valle del Jalón, en una emboscada planeada por el alcaide del inexpugnable castillo de Rueda, refugio y prisión tradicional de los derrotados de las dinastías reales zaragozanas tuyibíes y, ahora, hudíes. Varios grandes magnates de Castilla, León, y Navarra habían perecido en una trampa.

Rápidamente se dirige el Cid al encuentro de su antiguo rey (que no su señor natural, como repite el Cantar, pues el concepto de rey natural es propio del siglo XIII, y no del XI) para informarse sobre el asunto. El alcaide de Rueda Al-Bufalaq había sido convencido por el destronado tío de Al-Mutamán, Al-Muzzafar de Lérida —que desde que fue desposeído de su reino por su hermano Al-Muqtadir penaba encarcelado en Rueda—, de que podrían obtener la ayuda de Alfonso VI de León a cambio de cederle la mítica fortaleza del Jalón. Con la ayuda del ejército del emperador leonés, Al-Muzzafar recuperaría un reino en Zaragoza, y el alcaide de Rueda podría ser su valí u otro cargo de primer orden. Convencido Alfonso VI, se interna en la Taifa de Saraqusta, pero en ese momento muere el viejo ex monarca de Lérida, y Al-Bufalaq cambia el plan, tendiendo una celada al rey de León y de Castilla, posiblemente con la esperanza de ofrecer a Al-Mutamán la cabeza de uno de los más poderosos enemigos de Zaragoza.

Invitado Alfonso a su castillo, el 6 de enero de 1083 haría pasar a la hueste leonesa por las empinadas y angostas rampas que conducían a la puerta del Palacio, para después cerrar rápidamente el portón de entrada tras sus espaldas y arrojarles desde las almenas todo tipo de armas mortales. Sin embargo, Alfonso VI, cautamente, envió delante a una parte de su mesnada, y quedó rezagado. La precaución salvó al rey leonés, pero no a la vanguardia de sus hombres: allí cayeron los primos del rey, nietos de Sancho III el Grande e infantes de Pamplona, Ramiro y Sancho, padre de Ramiro Sánchez, que casaría hacia 1098 con Cristina Díaz, una de las dos hijas del Cid; también falleció el conde castellano Gonzalo Salvadórez, gobernador de La Bureba; los riojanos Nuño Téllez y Vela Téllez; el señor leonés Vermudo Gutiérrez... La ambición de Alfonso VI de conquistar una infranqueable fortaleza en el corazón de la Taifa de Zaragoza había acabado en catástrofe.

Cuando llegó el Cid a Rueda, todo había acabado. Se habían dispuesto los enterramientos. Gonzalo Salvadórez, también previsor, había hecho testamento pocos meses antes y en él se ordenaba su sepultura en el monasterio de San Salvador de Oña (provincia de Burgos); los restos de uno de los infantes navarros, Sancho, que habría sido el futuro suegro del Campeador, fueron trasladados a la abadía de Santa María de Nájera, entonces la capital de La Rioja y territorio pamplonés, para descansar junto a los restos de su padre.

Rodrigo Díaz debió de acudir a Rueda para defenderla, pero enterado de todas las circunstancias sin duda acompañaría en este trance a Alfonso VI, y consta que lo escoltó hasta la frontera del Reino de Zaragoza. En esas conversaciones es muy probable que el rey de León levantara el destierro al aristócrata castellano, pero no lo podemos saber a ciencia cierta. Lo que sí está claro es que, de habérsele ofrecido volver a Castilla, no lo aceptó el Cid. Regresó con su mesnada para seguir desempeñando el caudillaje de las tropas islámicas de la Saraqusta de Al-Mutamán.

jueves, 13 de mayo de 2010

El Cid falsificado IV: en la Taifa de Zaragoza

Palacio de la Aljafería
Caído Rodrigo Díaz en la malquerencia de Alfonso VI, el verano de 1081 parte al destierro acompañado de algunas decenas de sus caballeros. La saña real no tenía por qué llevar aparejada la pérdida de las posesiones en bienes muebles ni raíces (sus solares y casas patrimoniales), extremo que solo se daba en el siglo XI para castigar traiciones graves al monarca, ni tampoco los hombres a su servicio; aunque sí perdía con el destierro, lógicamente, las «honores» o tenencias encomendadas en usufructo por concesión real, lo que confirma el que levantado el castigo, se le otorgue de nuevo una extensa red de poblaciones y castillos para su gobierno y provecho. Así pues, esta imagen de Manuel Machado («Castilla», Alma, 1902) bien podría describir el escenario de su expatriación:
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga.
Pero no tanto la que aparece en el Cantar de mio Cid, donde se dibuja al héroe llorando silenciosamente al contemplar, mirando atrás, sus casas expropiadas, las puertas sin candados abiertas de sus palacios (pues ha sido deposeído y nada se debe vedar a la inspección regia), los valiosos azores de caza adultos ausentes de las perchas donde solían posar, alcándaras ya sin siquiera las ricas vestimentas que en ellas colgaron. Tampoco debió encontrar posadas cerradas para él y los suyos, ni gentes atemorizadas por prohibición real expresa de ayudar al Cid alguna, ni esa dulce niña de nueve años que a su vista se apresta para decirle (vv. 41-49):

- ¡Ya Campeador, en buen hora çinxiestes espada!
El rey lo ha vedado, anoch d’él entró su carta
con gran recabdo et fuertemientre sellada.
Non vos osariemos abrir nin coger por nada,

si non, perderiemos los haberes y las casas

e demás los ojos de las caras.

Çid, en nuestro mal vos non ganades nada,

¡mas el Criador vos vala con todas sus vertudes sanctas!
¡Ah, Campeador, en hora buena ceñisteis la espada!
El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta,
con grandes medidas de seguridad y autentificada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada,
si no, perderíamos los haberes y las casas.
y además, los ojos de las caras
Cid, en nuestro mal, vos no ganáis nada,
¡mas Dios os valga, con todas sus virtudes santas!
Es muy probable que la realidad histórica fuera opuesta a esta situación. El caballero desterrado, a juzgar por las costumbres legales de la época, debía ser ayudado por la población, alimentando a su mesnada, algo consustancial al privilegiado estamento militar. Se garantizaría su protección hasta que abandonara el reino y se daría un plazo prudencial para hacerlo. Solo en casos de alta traición o reincidencia en graves delitos el rey ordenaría condiciones más vejatorias para el noble desterrado. A partir del siglo XIII las leyes (Fuero Viejo de Castilla y Las Partidas) sí registrarán mayor dureza en el castigo para quien sufra la ira regia. Es, pues, un status quo que ya se observa en el Cantar, pero que no tiene por qué reflejar el mundo del Rodrigo Díaz histórico.
Una vez rechazado por los condes de Barcelona, Rodrigo se dirige a la Taifa de Zaragoza donde es agasajado por el poderoso Al-Muqtadir Bilá, conquistador de Denia y sojuzgador de Valencia y constructor de La Aljafería, cuyas lujosas salas sin duda el noble castellano llegará a conocer bien. El Campeador se presentaba con la aureola de excelente guerrero para dirigir el ejército zaragozano. Pero al poco de ponerse al servicio del más grande de los reyes hudíes de Saraqusta, Al-Muqtadir perdió sus facultades y hubo de ser sucedido por sus hijos, pues había testado el reparto de su reino. A Al-Mutamán, gran matemático descubridor del teorema de Ceva (en su Libro de la perfección y de las apariciones ópticas), correspondió Zaragoza; su hermano Al-Mundir al-Hayib Imad al-Dawla recibió Lérida, Tortosa y Denia. Inmediatamente se produjo el enfrentamiento fratricida con el que ambos hermanos trataban de unificar el reino de su padre Al-Muqtadir, y Al-Mutamán contó para esta guerra con los servicios de Rodrigo Díaz. En 1082 el belicoso rey leridano se alió con el rey de Aragón, Sancho Ramírez, y con el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II el Fratricida, mientras su hermano Ramón Berenguer II Cap d'Estopes -Cabeza de Estopa- quedaba al cuidado de los dominios de ambos en Barcelona. Tras una serie de escaramuzas en la comarca de La Litera, se entabló la batalla de Almenar en la que Rodrigo Díaz derrotó a la coalición enemiga obteniendo una victoria decisiva ante un ejército que le aventajaba en número, y capturando al mismísimo conde de Barcelona, por cuyo rescate de seguro cobraría un importante monto. Rodrigo fue recibido por los saraqustíes con grandes honores, y quizá jaleado a la voz de sīdī (en dialecto hispanoárabe 'mi señor'), que en lengua romance daría «mio Cid». El prestigio que le proporcionó esta gran victoria lo convertiría en el jefe militar del ejército zaragozano, función que desempeñará hasta abandonar la taifa de Saraqusta en 1086. --------------- P. D. No me resisto a adjuntar el magnífico poema de Manuel Machado completo, que considero uno de los mejores de toda su obra:
CASTILLA
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.
Manuel Machado, Alma, 1902

viernes, 30 de abril de 2010

El Cid falsificado III

Tras la muerte de Sancho II, el Campeador, lejos de sufrir represalias por parte de su rival y hermano, Alfonso VI de León, gozó de la plena confianza del nuevo monarca, que lo mantuvo como uno de los más destacados magnates de la corte, lo requirió como procurador para dilucidar importantes procesos judiciales, le confió el cobro de las parias a que estaba obligado el célebre rey de la Taifa de Sevilla y extraordinario poeta Al-Mutamid, y le proporcionó un digno enlace matrimonial con la noble Jimena Díaz.

Tradicionalmente se ha pensado que la aplicación de la ira regis al Cid (que conllevaba el destierro) fue ocasionada por el enfrentamiento bélico en que se vieron envueltos en 1079 el propio Rodrigo y García Ordoñez, otro de los grandes aristócratas de la corte, y hombre asimismo de confianza del rey, que a la sazón había sido encomendado por las mismas fechas a desempeñar una misión paralela a la del Campeador, la de cobrar parias (también para Alfonso VI), en este caso al rey taifa Abd Allah ibn Buluggin.

Lamentablemente, justo en ese momento Abd Allah, último zirí de Granada, emprendía una campaña militar contra su vecino Al-Mutamid. La prestación de las parias obligaba a los ejércitos cristianos a defender a los musulmanes. De modo que las mesnadas de García Ordoñez y la de Rodrigo Díaz se vieron necesariamente enfrentadas en la batalla de Cabra. No parece que la ayuda prestada por Rodrigo al rey sevillano fuera entendida por Alfonso VI sino como una de las obligaciones de su fiel vasallo, que protegía con esta acción los impuestos que recaudaba León en la taifa más rica del sur de al-Ándalus. Sin embargo, la literatura tiñó este suceso de enconada rivalidad entre el Cid y su rival, y de inquinas y maledicencias que le costarían al legendario héroe la expatriación, salvando de paso la integridad de la acción del rey, que se habría visto engañado por los malos mestureros y llevado a obrar así injustamente.

Como dijimos, si difícil es saber cuál fue la verdadera causa de que Rodrigo Díaz sufriera la ira regia, al menos podemos constatar que la última acción previa a su destierro fue una incursión de castigo por tierras de la Taifa de Toledo que llevó al Campeador demasiado lejos en su persecución de un contingente andalusí: saqueó campos que estaban en ese momento bajo la protección del rey Alfonso. Y no ha de olvidarse que en ese tiempo necesitaba el rey leonés mostrar a su vasallo Al-Qadir que ejercía la defensa de la taifa toledana con la mayor firmeza; pues de ganarse la voluntad de este reyezuelo títere dependía en gran medida la posibilidad futura de enviarlo a Valencia a cambio de ser él mismo quien hiciera su entrada en la antigua capital de los godos en 1085, rasgando por el centro el tejido de al-Ándalus, como en acertada metáfora describiría la poesía de Abd Allah al-Assal (muerto en 1094):
Andalusíes, preparad vuestras monturas, permanecer aquí es un error.
Los vestidos acostumbran a deshilacharse por los extremos, pero al-Ándalus se ha roto comenzando por el centro.
Sea como fuere, a fines de 1080 o 1081, y tras esta razia por Toledo, Rodrigo Díaz tiene que partir del reino con sus vasallos y buscar un nuevo señor al que servir. Tras ser rechazados sus servicios por los condes de Barcelona Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II el Fratricida (que como su sobrenombre indica no tardaría en asesinar a su hermano para quedarse solo en el gobierno condal), fue aceptado por los reyes islámicos de la Taifa de Zaragoza, a quienes el Cid serviría fielmente por espacio de un lustro. De su estancia en la más poderosa de las taifas del norte de al-Ándalus, hablaremos más adelante.

domingo, 25 de abril de 2010

El Cid falsificado II

Decíamos ayer que, parafraseando el Quijote, hay grandes dudas acerca de las hazañas que dicen que hizo el Cid. La diferencia que va de lo que leyendas y literatura han ido añadiendo a su figura, y sus hechos documentados, es notable.

Rodrigo Díaz (no sabemos si de Vivar) fue un noble castellano que en 1058 entró en la corte de Fernando I de León a servir como paje (doncel) del príncipe Sancho. Un error común es que el Cid fuera su alférez, un cargo que en la segunda mitad del siglo XIII está definido en las Partidas de Alfonso X el Sabio como portaestandarte real y jefe del ejército. Evidentemente un adolescente Rodrigo al servicio de un infante de Castilla no tenía estas atribuciones, y el armiger regis que se podrá traducir doscientos años más tarde por alférez real, aún no ha adquirido este contenido semántico. Todo lo más se podría verter al castellano de hoy como escudero.

En 1063 el infante Sancho acudió en auxilio del rey Al-Muqtadir de la Taifa de Zaragoza que se defendía del intento de Ramiro I de Aragón de conquistar las fértiles tierras del valle del Ebro, y cuyo camino pasaba por tomar Graus. En esta batalla murió el soberano aragonés, según cuenta la leyenda, a manos de un soldado árabe llamado Sadaro, que hablaba romance y consiguió acceder al real de Ramiro I en hábito de cristiano, clavándole una lanza en la frente. La pérdida de Ramiro I fue traumática para Aragón, y es entendible que hayan surgido relatos legendarios que explican su muerte. Conociendo que Rodrigo Díaz servía al príncipe Sancho hay quien ha atribuido al Cid la muerte del rey de Aragón, aunque, de nuevo, no tenemos constancia alguna de que Rodrigo hubiera participado en la expedición del rey islámico de Saraqusta contra el joven reino cristiano de las montañas pirenaicas. Es lícito pensar que a tan arriesgada empresa en tierras extrañas hubiera acudido solo un contingente de guerreros experimentados, más cuando la edad de Rodrigo podría estar rondando los catorce años.

A finales de la década de 1060 Rodrigo Díaz intervino activamente en la guerra que enfrentó a los hijos de Fernando I el Magno —quien había conseguido adquirir el reino de León y el condado de Castilla— Sancho, Alfonso y García. Es ahí donde Rodrigo Díaz comenzó a ganar renombre como luchador en batallas campales, las más nobles de cuantas se disputaban en esta época (por contraste con algaradas o sitios, que de honroso tenían menos), y tras los éxitos en las de Llantada (1068) y Golpejera (1072), Sancho II arrebató a su hermano Alfonso VI el reino de León. Rodrigo, cercano compañero de armas del nuevo rey desde su juventud, sin duda adquirió en estas campañas fama y prestigio.

Continuará...

domingo, 18 de abril de 2010

El Cid falsificado

Ya le decía el canónigo a don Quijote (I, XLIX) que «en lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dicen creo que la hay muy grande». De hecho hoy se duda de la existencia de Bernardo del Carpio y, aunque no de la del Campeador, sigue en pie la diferencia que hay de sus hechos a lo que ha pasado a la leyenda.

En primer lugar su nacimiento. No se sabe a ciencia cierta cuándo fue (lo más que se puede decir es que lo hizo a mediados del siglo XI) ni dónde. Pese a que la tradición insiste en que vio la luz en el lugar de Vivar, cerca de Burgos, lo cierto es que no hay testimonio alguno que confirme ese hecho. Otra creencia común es que fue un infanzón castellano, es decir, perteneciente a la más baja nobleza, y que el valor de su brazo lo encumbró, generando en el camino la envidia de la alta nobleza castellana y sobre todo leonesa. Esta es, en parte, la imagen que transmite el Cantar de mio Cid, la obra cumbre de la épica española, datada hacia 1200.

Pero la realidad fue diferente. Provenía uno de los más altos linajes de Castilla por vía materna; y por la rama varonil heredó un patrimonio considerable, solo al alcance de los grandes señores castellanos. Aunque su abuelo paterno (que aún no sabemos quien fue) no hubiera sido noble de gran prosapia, lo cierto es que su padre dominaba extensas propiedades y, eso sí, incluía zonas cercanas a Burgos. Que Rodrigo Díaz perteneció a la aristocracia castellana lo demuestra el hecho de que muy joven entró a servir como armiger regis (algo así como un escudero) del futuro Sancho II de Castilla. Y una vez muerto este en el cerco de Zamora, es sucedido por Alfonso VI de León y Castilla, con el que también el Campeador desempeñó importantes funciones, como la de ser procurador (quizá también juez) en varias causas judiciales o comisionado ante el rey de la Taifa de Sevilla y gran poeta andalusí Almutamid para cobrarle las parias.

No tenemos ninguna constancia de que la enemiga contra el Cid provenga de malos mestureros, de la envidia del importante magnate García Ordóñez y mucho menos de la difundidísima Jura de Santa Gadea, mito del siglo XIII que tuvo gran éxito y extendería posteriormente el romancero, pero que no existió. Lo más probable es que el Campeador sufriera la ira regia (una figura jurídica de la época que conllevaba el destierro) porque asoló tierras del protectorado toledano de Alfonso VI y esa acción comprometía gravemente la estrategia del monarca de León y Castilla, que por entonces usaba como títere al reyezuelo al-Qadir.

Y para no aburrir más dejamos aquí las leyendas del campeador con una imagen de su firma autógrafa ego ruderico y la promesa de escribir un serial sobre el Cid de la Historia y sus falsificaciones legendarias.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Un símbolo heráldico del Reino de Aragón

Hacia 1450 comenzaba a formarse una conciencia territorial estatal de los reinos medievales hispánicos, favorecida por la existencia de instituciones que ya no representaban solo a su rey, ni emanaban únicamente de su autoridad, sino que se constituían como poder independiente y simbólico. Aragón, mediado el siglo XV, lo hacía impulsado por su Generalidad, nombre por antonomasia de la Diputación del General.

Para las Casas del Reino, el Palacio hoy desaparecido sede de esta institución, se esculpía en ese momento esta labra heráldica, compendio emblemático de la nueva concepción política. Estaba formada por tres escudos de armas.

El del centro, el Señal Real, situado más alto, simbolizaba al rey de Aragón y era expresión de su dignidad, es decir, de la autoridad Real que ejercía y del título que ostentaba. Por ello el escudo está timbrado de corona real abierta, la de los reyes de mayor antigüedad y prosapia medieval. También representaba a su familia, su linaje, su apellido, su patrimonio, o lo que es lo mismo, su Casa, desde la segunda mitad del siglo XII: la de los Aragón.

A ambos lados aparecen los emblemas que aludían al reino de modo privativo. La Cruz de Alcoraz (cruz de San Jorge con cuatro cabezas de moro en sus cuarteles) se encuentra a la derecha. Data de 1281 y fue creado por Pedro III de Aragón, llamado "el Grande" (cuyo reposo ha sido recientemente perturbado), que arrebató Sicilia a la francesa Casa de Anjou, y en origen remitía al espíritu cruzado. Este símbolo se había asociado legendariamente desde la segunda mitad del siglo XIV a la toma de Huesca, de ahí el nombre popular de "Alcoraz"; y también a las victorias de Alfonso I el Batallador sobre incontables reyes moros (que en realidad fueron algunos caudillos almorávides), de los que dio cuenta hacia 1370 la Crónica de San Juan de la Peña en aragonés:
... fueron a Granada et, talando et destruyendo, depués cercó Cordova; y el rey sennor de todos los reyes moros d'Espanna con todo su poder ixió a dar batalla en el lugar que yes dito Azinçol et fueron vencidos los moros, et fue ý el rey de Córdova et morieron grandes gentes de moros que no ý havía conta.
... fueron a Granada y, saqueando y destruyendo, sitió luego Córdoba; y el rey soberano sobre todos los reyes moros de España salió con toda su fuerza a presentarle batalla en el lugar llamado Azinzol y fueron vencidos los moros, y allí fue el rey de Córdoba y murió tan gran cantidad de moros que no se podía contar.
Sin embargo, ni en tiempos de la batalla por Huesca ni en los de la campaña del Batallador por Andalucía hubo en la Península Ibérica blasones heráldicos.

El otro emblema del reino, el de la izquierda según el espectador, es el llamado de Íñigo Arista. También de creación tardía, pues fue una invención de Pedro IV de Aragón, llamado por su prurito de mostrar y recrear la simbología y protocolo regios "el Ceremonioso". Este rey creyó que los antiguos reyes de Aragón, anteriores a la unión dinástica por la que se unieron a los condes de Barcelona creando la Corona de Aragón, habían usado como señal este escudo, sin duda al observar que las firmas (signum regis) tanto de Ramiro I como de Pedro I de Aragón y Alfonso I el Batallador eran una cruz, que el quiso ver patada con la arista que remitía al origen de la estirpe: los soberanos de Pamplona descendientes de Íñigo o Enneco Arista. De nuevo una interpretación fabulosa en un siglo XIV propicio a estas fantasías literarias, aunque todavía haya gente que crea que ese fue el emblema heráldico de los antiguos reyes de Aragón.

Y llegamos a la imagen de cabecera, la composición armera de 1450 del Palacio de la Generalidad de Aragón, donde los tres escudos se combinan (en el centro el del rey, a los costados los que representan a su reino, siervo fiel del monarca) sostenidos por ángeles tenentes custodios, que velan por rey y reino intercediendo entre lo terrenal y lo divino.

Esta conjunción acabaría reuniéndose en un escudo, pero alterando el orden cronológico (en un escudo los cuartos o cuarteles en que se divide se leen por orden de importancia de arriba a abajo y de izquierda a derecha del espectador) e incorporando en su lugar más destacado (el cuartel del jefe) un nuevo blasón que nacería en 1499, el que figura el árbol de Sobrarbe, para cuya interpretación se hizo alarde de imaginativa: representaba al mítico reino de Sobrarbe, anterior al de Aragón y directamente conectado con los últimos godos, paralelamente a la historia de don Pelayo, pero a lo altoaragonés. En los imponentes paisajes de montañas y valles donde se encuentra el actual Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, soñaron el legendario reino en el que antes fueron leyes que reyes. La encina señalaría el lugar donde unos cuantos resistentes frente al agareno estaban cercados cuando, de su copa, brotó una cruz de fuego indicando a la hueste que acudía al rescate el camino. Sobrarbe sería sobre el árbol, y de este mote surgiría la divisa parlante. Reunidos todos por primera vez en la portada de la Crónica de Aragón de Fabricio Vagad, incunable impreso en Zaragoza por Pablo Hurus, se convertiría en el escudo oficial del Aragón de la democracia.