domingo, 18 de septiembre de 2011

No dejemos que recorten la educación pública madrileña


Apremia en estos momentos la actualidad: parar los recortes en la Educación Pública de Madrid es ahora prioritario. Este vídeo explica perfectamente la situación y la indignación generada.

domingo, 28 de agosto de 2011

Vigencia del concepto de Reconquista en vida del Cid

Se quedaron en el tintero un par de notas (además del mencionado diploma de 1098 de la Catedral de Valencia) sobre la efectiva vigencia del concepto de Reconquista que tanto cristianos como musulmanes manejaban en la segunda mitad del siglo XI, cuando vivía Rodrigo Díaz el Campeador.

El primer apunte se documenta en la Dayira (Aḏḏaḫīrah fī maḥasin ahl alǧazīrah) de Ibn Bassam, historiador andalusí, de querencias almorávides, de la primera mitad del siglo XII. Cuenta cómo un testigo presencial oyó en Valencia decir al Cid de su propia boca la frase:
Un Rodrigo conquistó la península y otro Rodrigo la salvará
Con ella el Cid aludía a la consciencia de la pérdida de la península ibérica, la Hispania de romanos y visigodos, según la leyenda de origen monárquico asturiano del último rey godo Rodrigo, y también de su recuperación (salvación, en términos aún más mesiánicos), operación que se estaba llevando a cabo y que, según esta noticia, el propio Campeador se erigía en el posible reconquistador de la totalidad de la España medieval, restaurando el dominio cristiano.

La segunda información proviene de las memorias de Abd Allah ibn Bullugin, último rey de la dinastía zirí de la Taifa de Granada. En sus Memorias, escritas a fines de 1094 o 1095, justo después de que el Cid conquistara Valencia, leemos que Sisnando Davídiz, conde mozárabe, le advertía al rey de Granada "de viva voz" cómo:
Al-Ándalus era en un principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y les arrinconaron en Galicia [...] Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos [a los andalusíes] y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados nos apoderaremos del país [andalusí] sin ningún esfuerzo.
Clarividencia la del potentado mozárabe, que veía las causas económicas e ideológicas de la reconquista cristiana, y plena asunción de este concepto por parte de Ibn Bullugin en sus memorias tras la toma de Valencia por el Cid, y todo ello pese a que sería reconquistada por los almorávides en 1102 y no sería hasta el siglo XIII cuando esta ciudad, y la mayor parte de la península, será conquistada por los seguidores de la cruz, sobreviviendo, eso sí, paradójicamente, el Reino de Granada en manos de otra dinastía autóctona islámica doscientos años más tras el colapso de los estados musulmanes peninsulares que ya previó el magnate mozárabe y transmitió, asumiendo el concepto, el rey y escritor granadino musulmán.

sábado, 14 de mayo de 2011

El Cid falsificado XXIII: últimos años y muerte

Dotación del Cid a la catedral de Valencia, 1098
He aquí la traducción de un significativo párrafo que podemos leer en un diploma de 1098 firmado por el propio Rodrigo Díaz:
Tras casi cuatrocientos años bajo la calamidad del dominio musulmán, Dios suscitó en el nunca vencido príncipe Rodrigo el Campeador vengar el oprobio de sus siervos y propagar la fe cristiana, el cual, tras múltiples y extraordinarias victorias bélicas alcanzadas con la ayuda divina, conquistó Valencia, ciudad opulentísima por su número de habitantes y el esplendor de sus riquezas; y tras vencer increíblemente y sin sufrir bajas a un ejército innumerable de almorávides y otros infieles de toda España, procedió a convertir en iglesia la misma mezquita que los musulmanes tenían como casa de oración; y habiendo sido designado, según lo prescrito en especial privilegio, aclamado y elegido concorde y canónicamente, y consagrado obispo por manos del romano pontífice el venerable presbítero Jerónimo, Rodrigo enriqueció a la citada iglesia con esta dote de sus propios bienes. Año de la Encarnación del Señor de 1098.
Se trata del único documento que se ha salvado del gobierno valenciano de Rodrigo Díaz, y se conserva en el archivo de la catedral de Salamanca, adonde llegó con el obispo Jerónimo tras verse obligado a abandonar la sede episcopal valenciana en 1102 por la renuncia de Jimena, la viuda del Cid, a su señorío, aconsejada por Alfonso VI de León y Castilla, que no podía asegurar su defensa. Lo compuso, con toda probabilidad, el propio Jerónimo de Perigord o su cabildo catedralicio, y lo suscribió Rodrigo Díaz el Campeador de su puño y letra, confirmando el diploma con la fórmula
ego ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est

yo Rodrigo, junto con mi esposa, firmo lo que arriba está escrito
Se evoca en el diploma la reciente victoria del Campeador en Cuarte de Poblet el 21 de octubre de 1094 contra los almorávides, mandados por Abū ˁAbdallāh Muḥammad ibn Ibrāhīm ibn Tāšufīn, sobrino del emir Yusuf ibn Tasufin, como una gesta extraordinaria y difícil de creer, por la rapidez en conseguir la victoria y por la ausencia de bajas cristianas ante un número extraordinario de musulmanes:
tras vencer increíblemente y sin sufrir bajas a un ejército innumerable de almorávides y otros infieles de toda España [andalusíes]...
La consagración como templo cristiano, a la que se refiere el texto del documento, debió de producirse en 1096. Sin embargo no se instauró como sede episcopal, tras el nombramiento del francés Jerónimo para regirla, hasta la fecha de este diploma, que forma parte de los actos jurídicos que comprenden la creación del nuevo obispado.

El Campeador recibe en el documento los ostentosos apelativos de «excelencia» y «sublimidad» (nostra excellentia y sublimitas nostra), que se aplicaban entre los francos a dignidades imperiales, y en el Imperio bizantino a papas, reyes y grandes potestades, aunque se evita usar los tratamientos regios leoneses y castellanos de la época y solo recibe el título de princeps, lo cual significa, en este contexto, que regía un señorío independiente, casi de rey. Podría establecerse un paralelo con la misma dignidad de princeps que se aplicaba desde el siglo XI al conde de Barcelona, que este mismo año contraía matrimonio con María, una de las hijas del Cid, en la persona de Ramón Berenguer III el Grande, mientras por su parte Cristina, su otra hija, lo hacía con Ramiro Sánchez de Pamplona, nieto del rey García III el de Nájera y padre de García Ramírez, el restaurador de la dinastía real navarra. Esta política matrimonial sin duda responde a la voluntad de consolidar el principado de Valencia al emparentar a sus herederas con las más altas potestades cristianas. La frase del Cantar
oy los reyes d'España sos parientes son
a todos alcança ondra por el que en buen ora naçió

hoy los reyes de España sus parientes son,
a todos alcanza honra por el que en buena hora nació

vv. 3724–3725
sí respondían a una realidad histórica a la altura del año 1200, en torno al que se compuso el poema épico, pues numerosos descendientes del Cid llevaban en sus venas sangre regia.

Según señala Georges Martin en su artículo de 2010 «El primer testimonio cristiano sobre la toma de Valencia (1098)»
Rodrigo ejercía en el territorio valenciano, tanto sobre su suelo como sobre sus hombres, derechos tan completos como los que detentaban los soberanos leoneses y castellanos.
Es notable que no se nombre en absoluto al rey Alfonso VI en el documento, ni siquiera al fecharlo, cuando era costumbre en ese momento indicar allí quien era el monarca reinante; y sorprende también que no se mencione la dependencia del obispado valenciano del primado de Toledo, regido por Bernardo de Seridac, quien tampoco se registra, pese a que, según nos transmite Jiménez de Rada en su De rebus Hispaniae, Jerónimo de Perigord era uno de los prometedores monjes franceses que Bernardo de Toledo, recién instituido arzobispo de la cristiandad en la Península, había elegido para introducir el rito romano en la iglesia hispánica que hasta ese momento seguía la tradición denominada visigoda o mozárabe. Más bien al contrario, se incide en que Jerónimo había sido consagrado en Roma, adonde viajó en 1096 o 1097, por el papa Urbano II mediante un «privilegio especial», lo cual hace suponer que lo normal habría sido serlo por el arzobispo de Toledo e indicaría que la sede valenciana se erigió como sede apostólica plenamente autónoma.

La idea de Reconquista no es la única que se muestra fehacientemente en el diploma de 1098. También se advierte un prístino espíritu de cruzada contra el infiel, por las mismas fechas en que la Primera de las convocadas para conquistar los Santos Lugares conseguía sus objetivos. El Estado cristiano que en el Próximo Oriente se estableció se puede asimilar en el ámbito local hispánico al que el Cid consiguió mantener en el principado valenciano. Se trata, en los dos casos, de territorios aislados en tierras musulmanas, cuya conquista se llevó a cabo debido a una consciente voluntad de recuperación para la religión cristiana de unos espacios que se percibían como sustraídos en otro tiempo al dominio de la cruz. Las alusiones del diploma a la antigua Hispania goda arrebatada por los agarenos hacía casi cuatro siglos y la evocación de la pérdida de esta por el último Rodrigo, que sería redimida por este nuevo campeador, hacen patente que a fines del siglo XI, al menos en el discurso eclesiástico oficial del principado de Valencia, la figura del Cid se consideraba con plena conciencia inserto en esta tradición mesiánica reconquistadora y evangelizadora. Puede que fuera distinta la motivación del propio Rodrigo Díaz en sus campañas cotidianas, urgidas por la necesidad de ganarse el pan de un caballero desterrado, pero al fin y al cabo se trataba de un aristócrata altomedieval, que no podía menos que desempeñar el papel bélico que le tenía asignado la rígida estructura social de un mundo feudal estratificado en productores, ideólogos y defensores.
La conclusión es que está superada la visión de un infanzón elevado a la condición de héroe nacional castellano por la sola fuerza de su brazo, buen vasallo sumiso al rey, propagada por Menéndez Pidal y el Cantar de mio Cid. El concepto del rey como señor natural, que aparece en el siglo XIII y ya se aprecia en el Cantar, por el que los naturales de una tierra lo tendrían siempre como rey por encima de vínculos feudo-vasalláticos y su aplicación al Cid, que serviría a su señor natural a pesar de que los lazos feudales habían sido rotos por el destierro, y cuyo esfuerzo se dedicaría principalmente a hacerse perdonar por su señor natural, el rey de Castilla, no es aplicable a la segunda mitad del siglo XI, época en la que no era funcional la idea de señor natural, de rey de la tierra donde se había nacido. En la peculiar sociedad feudal hispánica se establecían complejas redes de relaciones y alianzas, que podían incluir, como se aprecia en la historia, el servicio de magnates cristianos a reyes taifas, o la guerra contra intereses de señores de la tierra natal propia. El Rodrigo Díaz histórico fue fiel a sus señores musulmanes de Saraqusta y asoló las tierras riojanas de Alfonso VI. Pero esto no significa que Rodrigo Díaz fuera el mercenario apátrida de Dozy, vendido al mejor postor y sin más aspiración que el medro personal.
Un Campeador respetado por cristianos y musulmanes como prodigio de su tiempo, invicto príncipe y conquistador de la opulenta Valencia, escindido según la ocasión entre ideales mesiánicos y pragmática de superviviente, se ajusta mucho más a la realidad que las visiones antagónicas que generaron enconados debates en el pasado.
Tras casar ventajosamente a sus hijas e instituir el obispado en su rico señorío de Valencia, Rodrigo Díaz, el Campeador, muere, sin que conozcamos la causa cierta de su deceso, el verano de 1099.

miércoles, 20 de abril de 2011

El Cid falsificado XXII: la conquista de Murviedro

El emir almorávide Yusuf regresó a África a finales de 1097 o comienzos de 1098 tras haber obtenido la importante victoria de Consuegra. Este año comenzó con cierta tregua en las actividades bélicas musulmanas: ni Muhammad ibn Aisa, gobernador del Levante, ni Ibn al-Hach, que lo era en Córdoba, iniciaron campaña alguna este año.

Sin embargo el caíd almorávide de Játiva Abu-l Fath había tomado posesión de Murviedro (actual Sagunto), una impresionante fortaleza situada al norte de los dominios del principado Valenciano del Cid. Quizá los andalusíes saguntinos habían reclamado la protección almorávide ante la presión que ejercían las posesiones aragonesas de la Costa del Azahar en la actual provincia de Castellón (Montornés -cerca de Benicasim-), Culla, Oropesa del Mar o Castellón de la Plana, entre otras) y la del señorío de Rodrigo Díaz en el sur. Evidentemente, la llegada de los almorávides a Murviedro pasó a suponer una amenaza para el Campeador, que desde Játiva y Alcira en el sur y Sagunto al norte, se encontraba atenazado por fuerzas almorávides.

Ante esta situación el Cid resolvió sitiar Murviedro, pero las tropas de Abu-l Fath se desplazaron a Almenara, diez kilómetros más al norte. Allí fue en su persecución Rodrigo, que puso cerco a este castillo. Tres meses después, a fines de febrero o comienzos de marzo de 1098, se rendía por capitulación, con lo que los defensores pudieron escapar libres. Allí ordena el Cid construir una iglesia dedicada a la Virgen. La decisión de mandarla edificar, en lugar de convertir una mezquita en templo cristiano, muestra la voluntad de consolidar estos dominios dentro de su principado con vistas a su perpetuación futura.

Organizada la población, regresó a cercar el extenso castillo de Sagunto, hostigando la ciudad y apretando estrechamente la población en las primeras semanas de marzo, con el fin de descartar para el futuro nuevas amenazas desde ese lugar. Cuando escasearon las provisiones, los sitiados pidieron una tregua al Cid de treinta días, durante los que pedirían socorro a otros magnates peninsulares, trascurridos los cuales rendirían la plaza. Pero ni el rey Al-Mustaín II de Zaragoza, ni el de la taifa de Albarracín, ni mucho menos Alfonso VI se mostraron dispuestos a auxiliar a Abu-l Fath. Solo el conde de Barcelona Ramón Berenguer II respondió a las llamadas de Murviedro, pues de allí había cobrado parias que le obligaban a su defensa. Pero evitó atacar directamente al Cid, temeroso de su poderío, y tras la experiencia de haber sido vencido por el castellano en dos ocasiones en Almenar y Tévar. Se limitó, por tanto, a intentar desviar la atención del Cid asediando Oropesa, entonces un enclave de Pedro I de Aragón, aliado de Rodrigo, pero el Campeador no le prestó la menor atención y continuó con su objetivo principal. Eso sí, hizo que le llegara la noticia al Fratricida de que iba a atacarle, lo que bastó para que el barcelonés levantara el cerco y emprendiera la retirada.

A fines de abril cumplía el plazo para la entrega de la ciudad, mas los defensores solicitaron doce días más alegando que aún no habían regresado todos los emisarios que habían partido para solicitar ayuda de alguna potestad externa. Sin prisa, el Campeador les concedió esta ampliación temporal, pero advirtiendo que si cumplido este no se hacía efectiva la rendición, torturaría y quemaría vivo a quien capturara.

Entrado mayo Rodrigo volvió a solicitar la entrega de la plaza, pero los saguntinos rogaron una nueva dilación hasta Pentecostés, que ese año caía el 16 de mayo. El Campeador, pacientemente, replicó que no solo daba plazo hasta el fin de la Pascua, sino hasta la natividad de Juan el Bautista, el 24 de junio, pero, amonestó, que debían utilizar ese lapso para evacuar la fortaleza o de lo contrario pasaría a sangre y fuego a la población. No se dio así, pues llegada la festividad de San Juan el Cid entró en Murviedro. Pero sospechó que algunos de los que habían permanecido en ella se habían apoderado de los despojos de los emigrados, riquezas que solo a él pertenecían como derecho de conquista. Al no ser satisfecha esta demanda, Rodrigo Díaz ordenó capturar como esclavos a todos los musulmanes que quedaron y enviarlos a Valencia cargados de grilletes. En su nueva conquista mandó erigir una nueva iglesia con la advocación de San Juan.

Imagen: Sagunto, 1870, por J. Laurent (1816-1886).

martes, 29 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

Alfonso Val Ortego: pintor

Con motivo de la presentación en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón de un cuadro de gran formato de Alfonso Val Ortego en el cementerio de Torrero de Zaragoza, me decido a escribir unas líneas sobre su obra pictórica.

Calificado por sus amigos, un poco en son de chanza, como «el mejor pintor vivo de Aragón», y poco dado a entrar en el mercadeo artístico, lleva años practicando una pintura que es Arte con mayúsculas, antiguo, sereno y clásico. Ha cultivado a partes iguales una abstracción que entronca con los Saura o Viola y un figurativismo que remite a la mejor tradición del barroco español. En sus pinceles vemos aquel Siglo de Oro, la importancia del dibujo y de la línea de Velázquez (a quien Val Ortego considera el mejor dibujante que jamás ha existido), y el color como medio para expresar el volumen, la luz. Rigurosa perspectiva, pero también pintura de masas cromáticas, la gran aportación de Goya.

Es en el genio maduro de Fuendetodos donde observo mayores afinidades. El trabajo con los medios tonos, la paleta restringida (ocres, tierras y negros), algún contraste (azules, rojos) y la luz del blanco combinados con aparente austeridad, mas con profunda inteligencia. Enlaza su pincel, asimismo, con la gran revolución impresionista. Al acercarse a contemplar la técnica descubrimos que, bajo esa realidad social parda y meditativa, late una sinfonía de matices coloristas y texturas que confluyen en la retina, sin notar el alarde, en unas formas rotundas, severas, perdurables. Acrílico, óleo, pasteles se conjugan con destreza en el acabado de sus obras, que sin embargo adoptan el gesto enérgico de la intuición primera, rasgo que el admirado Luis Feito consideraba esencial en la pintura de nuestro tiempo.

En la era de la tecnología, sigue la escondida senda del artesanal oficio de pintor. De la entrevista que Antón Castro le publica con motivo de la exposición del gran cuadro de Torrero, destaco su mención a la «aspiración a la trascendencia». Es lo que une el arte con la vida. Con ese afán riega su arte callado, sabio y consciente. Pero matiza, y huye de todo aquello que pueda relacionarse con afectación o grandilocuencia.

Escribe para nuestros ojos el misterio cotidiano del vivir, pinta para sus adentros la felicidad que le reporta el hacerlo. Imagina un sueño que nos muestre otra realidad más alta de la que vivimos in hac lacrimarum valle.


Cosquillas


Galacho de Juslibol


Venus


Exclusas


Joven en cuclillas



Solar

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viernes, 25 de febrero de 2011

El Cid falsificado XXI: la muerte de su hijo

Durante la primavera de 1097 regresa de nuevo Yusuf ibn Tasufín a la península con la intención de reconquistar Toledo, que había sido perdida para el islam en 1085. Concentró en Córdoba un gran ejército confiado a Muhammad ibn al-Hach, quien en 1110 tomaría para los almorávides la taifa de Saraqusta. Al-Hach emprendió la ruta hacia el norte.

Al enterarse Alfonso VI, que el 19 de mayo se encontraba en Aguilera, localidad situada tres kilómetros al oeste de Berlanga de Duero, y se disponía a atacar Zaragoza, debe volver sobre sus pasos para aprestarse a la defensa de Toledo. Los ejércitos se encontraron cerca de Consuegra, donde se produjo la batalla el día de la Virgen de agosto de 1097. El rey Alfonso fue derrotado sin paliativos, y hubo de refugiar sus huestes en el castillo, donde permanecieron cercados más de una semana, aunque finalmente Al-Hach no pudo tomar la fortaleza, que caería al año siguiente reconquistada por los almorávides.

A este combate había sido enviado el único hijo del Cid, aquel que habría heredado su principado valenciano, Diego Ruiz, que contaría con aproximadamente dieciocho o veinte años. Posiblemente hacía sus pinitos en el séquito real del conquistador de Toledo, como su padre los había hecho en el de Sancho II de Castilla. Desgraciadamente para el Campeador, allí perdió la vida el varón que habría podido perpetuar su patrimonio.

Mientras, en Levante, el gobernador Abul Hasán Alí ibn al-Hach recibía refuerzos para mantener sus posiciones en Játiva y Denia.

En otoño de aquel 1097, instalado en Córdoba, Yusuf seguía hostigando el Regnum Toletanum, pero la capital de la Castilla nueva siguió resistiendo los embates almorávides. Para ello en septiembre Alfonso VI contó con la ayuda de Pedro I de Aragón. Aragón y Castilla hacían frente común para resistir al Imperio africano en la zona occidental hispánica, mientras que en la oriental el gobernador de Murcia, Ibn Aisa, atacaba las posesiones de Álvar Fáñez en Cuenca, marchando contra Zorita y Santaver. El bravo capitán del rey Alfonso fue derrotado y sus posesiones saqueadas.

Ibn Aisa aprovechó la circunstancia para atacar tierras valencianas cercanas a Alcira. Posiblemente el retén que el Cid mantenía en la poderosa fortaleza de Peña Cadiella saliera entonces a probar suerte con una espolonada contra algún destacamento del ejército moro, pero perdieron el encuentro. Quizá en el relato de este acontecimiento se note la querencia del historiador de la Gesta Roderici Campidocti (más conocida como Historia Roderici), quien habría podido restar importancia en su narración a esta derrota de las tropas del Cid, pero no parece que, en cualquier caso, fuera el propio Rodrigo al frente de este contingente ni que este fuera demasiado numeroso. El Cid no ganó batallas después de muerto, pero sí se salva históricamente su aureola de caudillo invicto.

Nota: imagen obra derivada de Wikimedia Commons. Castillo de Consuegra.

domingo, 13 de febrero de 2011

El Cid falsificado XX: la batalla de Bairén

A comienzos de 1097 el Reino de Aragón poseía varias tenencias en la Costa del Azahar de la actual provincia de Castellón: Montornés (cerca de Benicasim), Culla, Oropesa del Mar o Castellón de la Plana, entre otras. Estos dominios aragoneses suponían una confluencia de intereses con los del Cid, que enseñoreaba en el Levante, y los dos soberanos perseguían la consolidación de la posesión de estos enclaves, ante la fragmentación política que había experimentado la zona en los últimos años.

La fortaleza de Peña Cadiella estaba necesitada de provisiones y con el fin de abastecerla, los ejércitos del Campeador y de Pedro I de Aragón, iniciaron la arriesgada expedición hacia el sur.

Desde Denia y Játiva los musulmanes seguían los movimientos de la hueste cristiana, que atravesaba la ruta que entre estos promontorios discurría. Muhammad ibn Ibrahim ibn Tasufín, el adalid derrotado en Cuarte, amenazaba desde la que sería cuna de los Borja. Las tropas cristianas alcanzan el imponente castillo, y allí planean el regreso que, para evitar los peligros de volver a atravesar el valle interior, donde sin duda habrían tomado posiciones las fuerzas almorávides con el fin de lanzarse sobre el enemigo, deciden emprender el viaje de vuelta por la costa a través de la huerta de Gandía. Pero les sigue acechando Ibn Ibrahim, que desde los promontorios interiores, vigila sus movimientos, en espera de un momento propicio para el ataque.

El Cid y el rey de Aragón acampan en el castillo de Bairén (hoy de San Juan), situado tres kilómetros al norte de Gandía y uno al sur de Jeresa, en un otero de cien metros de altura de las últimas estribaciones orientales del macizo de Mondúver en cuya cima a 800 metros de altura, y a un kilómetro de distancia hacia el oeste, enfrente de las posiciones cristianas, se encontraba apostado el ejército islámico.

Además de la comprometida situación que el Cid y Pedro I tenían, por la desventaja en el terreno (que obligaría al Cid a un ataque cuesta arriba) Muhammad ibn Ibrahim contaba con refuerzos navales andalusíes que desde la playa de Gandía comenzaron a arrojar flechas y saetas, al tiempo que lo hacían desde el Mondúver los arqueros y ballesteros almorávides.

La situación de los cristianos era desesperada, pero el Cid decidió, en un arranque de valor, abrirse camino, pese a la oposición del enemigo, en una carga frontal con la caballería pesada. Tras arengar a sus tropas, rompió por el centro las filas musulmanas, provocando un efecto sorpresa entre ellas que les llevó a una pronta desbandada. La huida desorganizada estimuló la persecución de los cristianos por valles y barrancos, llevando a muchos de los almorávides hasta el mar, donde perecieron ahogados intentando buscar refugio llegando a sus naves.

Con el camino franco hacia Valencia, las tropas cidiano-aragonesas llegaron sin contratiempos a la capital y aún ayudaría el Campeador a sofocar una revuelta que en el castillo de Montornés de Pedro I se había producido, despidiéndose ambos hasta la próxima ocasión. Corría el mes de febrero de 1097.

sábado, 5 de febrero de 2011

El Cid falsificado XIX: dominador de Levante

La victoria en la batalla de Cuarte dejó la frontera con el Imperio almorávide en Denia y Játiva, adonde se retiraron las fuerzas musulmanas. Alfonso VI, que acudía al socorro del Cid, aprovechó para saquear la comarca de Guadix y liberar mozárabes con que repoblar el acapto (territorio recién conquistado) del Regnum Toletanum, aún en franca debilidad, pues Toledo era constantemente hostigada por los morabitos.

El Campeador, sin embargo, necesitaba asegurar los territorios comprendidos entre Valencia y los cristianos, y emprendió una campaña que se prolongaría hasta 1096 para sojuzgar a los señores de las taifas de Jérica (Ibn Yamlul), Segorbe (Ibn Yasin), Santaver (Al-Sanyati), Alpuente (Nizam al Dawla), Albarracín (Ibn Razin), Tortosa (Sayyid ad-Dawla) y Lérida (Tayid ad-Dawla), que habían sido aliados del ejército almorávide en su intento de recuperación de Valencia. Quizá en el transcurso de estas acciones apresó en febrero o a comienzos de marzo de 1096 a Ibn Tahir de Murcia, aunque otra posibilidad es que hubiera sido capturado durante la batalla de Cuarte. Además, tomó el castillo de Olocau y el de Serra, que constituían el sistema defensivo del norte de la ciudad y, probablemente, aún guardaban parte del tesoro real del finado Al-Qadir. El Cid volvía a recuperar el dominio del Levante, desde Lérida y Tortosa hasta los confines de la extaifa de Denia, con un puesto avanzado en la fortaleza de Benicadell (Peña Cadiella) y, a diferencia del protectorado que estableció entre 1088 y 1092, con una capital: la rica y poderosa ciudad de Valencia.

En 1096 Rodrigo consagra la mezquita mayor como templo cristiano, aunque todavía no fundó la sede catedralicia, que sería establecida en 1098, ni reformó la arquitectura del templo en su integridad, dadas las urgencias militares que aún amenazaban su principado.

Por otro lado, el Cid contaría en este tiempo con la firme amistad del Rey de Aragón. Ya había entablado alianza desde comienzos de 1092 con Sancho Ramírez (muerto el 4 de junio de 1094 durante el sitio de Huesca), y la renovó con su hijo Pedro I quien, a instancias de los magnates de su reino, nada más concluir la conquista de la nueva capital del reino (la victoria de Alcoraz había tenido lugar el 18 de noviembre de 1094), solicitó al castellano la renovación de los lazos de amistad y colaboración. A finales de noviembre o comienzos de diciembre de 1096 el rey Pedro llega a Montornés, un castillo de Aragón situado cinco kilómetros al norte de Benicasim, con objeto de encontrarse con el Campeador en Burriana, donde se firmó la continuidad del pacto.

No tardaría mucho el Cid en necesitar la ayuda de su aliado. Los últimos días de diciembre de 1096 emisarios del Campeador llegan a Huesca, que estaba siendo en ese momento acondicionada para convertirse en la nueva capital del Reino de Aragón, para solicitar a Pedro I ayuda en una expedición de abastecimiento al castillo de Peña Cadiella, muy peligrosa por cuanto había que rebasar las ciudades almorávides de Denia y Játiva. Sin dudarlo, y a pesar de las tareas que debían ocupar al rey en Huesca, se puso en camino acompañado de su hermano Alfonso Sánchez, el futuro Alfonso I el Batallador.

La campaña de aprovisionamiento del fuerte avanzado cidiano estaría a punto de costar muy caro al Cid y al ejército aragonés. Pero el relato de esta nueva campaña militar y su desenlace en la batalla de Bairén quedarán para el próximo capítulo.

miércoles, 26 de enero de 2011

El Cid falsificado XVIII: la batalla de Cuarte (2)

Los almorávides iniciaron las hostilidades el 14 de octubre al término del Ramadán asolando diariamente y durante una semana campos, huertas y arrabales de la capital, apoyados por los arqueros.
Pero el rumor difundido por el Cid de que Alfonso VI llegaba, había mermado los efectivos mahometanos y causado desmoralización, lo que propició la ocasión de romper el cerco luchando en batalla campal tras concebir una brillante estrategia.
El 21 de octubre de 1094 el grueso de la hueste, con Rodrigo al frente, salió de noche por la puerta de Botella situada al sur de Valencia y rodeó el ejército enemigo hasta colocarse a la retaguardia de su campamento real, con la intención de hacerles creer, cuando fueran descubiertos, que habían llegado las fuerzas salvadoras de Alfonso VI.
Con las primeras luces del día un destacamento cristiano, que había quedado dentro de la ciudad, inició un ataque que simulaba uno de los habituales escarceos bélicos que procuraban aliviar el hambre y la sed padecidos por los sitiados. Pero se trataba de una maniobra de atracción similar al tornafuye, una táctica propia de la caballería ligera musulmana consistente en fingir retirarse para luego volver grupas y atacar decididamente y por sorpresa al enemigo.
Así, cuando las tropas almorávides vieron la salida del escuadrón cristiano, avanzaron para combatirlos, estirando peligrosamente la formación y alejándose de la retaguardia, donde estaba Muhammad ibn Tasufín protegido solo por la guardia real. Es en ese momento cuando el Campeador, que estaba emboscado, se lanzó enérgicamente contra el Real enemigo defendido solo por el cuerpo de guardia, que no pudo soportar el ataque de la numerosa caballería pesada cidiana, y huyeron en desbandada, sorprendidos por lo que quizá creyeran que era el ejército del rey Alfonso.
Mientras, el escuadrón cristiano aguantaba a duras penas el ataque de la vanguardia almorávide y sufrieron bastantes bajas, pero consiguieron ponerse a salvo en Valencia: la misión estaba cumplida y la derrota almorávide era total.
El Cid no se molestó en perseguir al fugitivo, pues habían desamparado el botín en el campamento, y la prioridad fue apropiarse de esta extraordinaria ganancia.
Alfonso VI fue derrotado tres veces en las importantes batallas de Sagrajas, Consuegra y Uclés. El hecho de que el Cid, con un número de tropas inferior y valiéndose de una exquisita estrategia, consiguiera vencer por vez primera (y casi única, pues solo Alfonso I de Aragón el Batallador en su expedición por Andalucía consiguió otra victoria de este calibre) a un ejército imperial almorávide, justifica que esta sea la mayor de las victorias de Rodrigo Díaz y que, pese a la cantidad de elementos ficticios que ha ido conformando la aureola legendaria del Cid hasta convertirlo en una figura mítica, tuviera ganado ya en vida el apelativo de Campeador y una fama perdurable.

jueves, 6 de enero de 2011

El Cid falsificado XVII: la batalla de Cuarte (1)

La batalla de Cuarte es la mayor victoria que consiguió el Cid en toda su trayectoria guerrera, y la primera derrota del Imperio almorávide en la península ibérica. Y el éxito fue obtenido con un ejército inferior en número y gracias a una extraordinaria estrategia. Por ello vamos a detenernos en el relato de los antecedentes de este episodio.

Desde el momento en que el poderoso Yusuf ibn Tasufín tuvo noticia de que había caído Valencia, comenzó a poner los medios para recuperarla. Además, el Campeador había sometido en estos meses a la provincia de Denia a continuas correrías, y los denienses habían elevado su queja al emir, según transmite un testigo de los hechos, Ibn al-Farach (testimonio que había sido atribuido tradicionalmente a Ibn Alqama), alguacil o ministro de Hacienda del antiguo rey de Valencia Al-Qadir y posteriormente del Cid desde su protectorado de 1089-1091 por todo el Levante.

Ibn Tasufín, por consiguiente, dio orden de reclutar en Ceuta alrededor de 4000 jinetes de caballería ligera y hasta 6000 peones, tropas que puso al mando de su sobrino Abú Abdalá Muhamad ibn Ibrahim, con el objetivo de reconquistar la ciudad del wadi al-biad. Entre estas se contaba la férrea guardia imperial, cuyo núcleo estaba constituido por esclavos subsaharianos que, tras un disciplinado adiestramiento, se convertían en fuerzas de élite que se disponían en compañías especializadas, como las de arqueros. Por estas fechas, además, el ejército almorávide ya había incorporado avances en tecnología bélica que procedían de los andalusíes, que a su vez habían mimetizado varias de las tácticas cristianas, como el empleo de caballería pesada o el uso de maquinaria de asalto para conquistar ciudades fortificadas. Algunos cientos de caballeros andalusíes fuertemente pertrechados y ballesteros completaban las fuerzas movilizadas por el Imperio africano.

Entre el 16 y el 18 de agosto de 1094 la hueste almorávide desembarca en la península cruzando el estrecho mediante varios viajes de ida y vuelta en los pocos barcos con que contaba un ejército aún no habituado a utilizar fuerzas navales. Hacia el 23 de agosto llegan a Granada, donde se les suma la guarnición del gobernador Alí ibn Alhach, compuesta por su guardia personal y por el contingente andalusí de la antigua taifa zirí. Conforme avanzaba la tropa, se les fueron sumando otros caballeros de las taifas de Lérida (unos 300 al mando del gobernador Ibn Abil Hachach Asanyati), Albarracín (cien caballeros a las órdenes de su señor, el venerable Abdelmalik ibn Hudayl ibn Razín, rey de esta taifa de 1045 a 1103) y posiblemente también las de los minúsculos señoríos que se habían formado en la zona levantina tras las constantes luchas de poder y periodos de reyes débiles que habían sido la tónica en los años precedentes: Segorbe (gobernado por Ibn Yasín) y Jérica (por Ibn Yamlul), que aportarían algunas decenas más de jinetes. Más que por su número, los refuerzos de estas taifas aportaban el conocimiento del terreno, de las específicidades de la guerra de asedios y de las tácticas cristianas. Su presencia, por fin, hacía visible el sometimiento que estas pequeñas taifas sufrían de facto ante el poder morabito.

El 15 de septiembre el ejército de Muhammad acampa entre Cuarte de Poblet y Mislata, a 3 o 4 kilómetros de Valencia. Pero en esas fechas comenzó el mes sagrado de Ramadán, por lo que iniciaron un periodo de ayuno durante el cual la pasividad y las dificultades logísticas provocaron las primeras deserciones, que impidieron cercar el sur y suroeste de la capital.

Rodrigo, por su parte, emprende las ingratas medidas destinadas a la defensa de la ciudad. En primer lugar hace expulsar a mujeres e hijos de musulmanes para disminuir la cantidad de bocas que alimentar, manteniendo solo a la población útil para el combate o con voluntad decidida de colaborar en la resistencia. Por otro lado, difundió varias noticias que tenían por objeto desmoralizar a posibles enemigos internos. Amenazó con ejecutar a los musulmanes valencianos si el sitio se completaba, aterrorizando así a los posibles quintacolumnistas; pronosticó su victoria mediante la ornitomancia e hizo correr la noticia de que venían en su auxilio tanto Pedro I de Aragón como Alfonso VI de León y de Castilla. De los dos, solo el segundo acudía al rescate, pero el solo rumor de su llegada sembraba de inseguridad el ejército sitiador. Con ello lograba el doble objetivo de minar los ánimos del enemigo y reforzar la moral de combate de sus hombres, constantemente animados, por demás, con las enardecedoras arengas del Campeador.

Aún más, Rodrigo fue en todo momento un ejemplo de serenidad ante la contemplación del extenso campamento hostil, hecho que recogen tanto las fuentes cristianas como las árabes que, en este punto, se reflejan en el Cantar de mio Cid cuando, habiendo llegado su mujer e hijas a Valencia, el Cid Campeador hace gala de un humor optimista:

Su mugier e sus fijas subiolas al alcácer,
alçavan los ojos, tiendas vieron fincar:
—¿Qué's esto, Cid, sí el Criador vos salve?—
—¡Ya mugier ondrada, non ayades pesar!
Riqueza es que nos acrece maravillosa e grand;
á poco que viniestes, presend vos quieren dar,
por casar son vuestras fijas, adúzenvos axuvar.

A su mujer y sus hijas al alcázar subió
alzaban los ojos, tiendas vieron plantar
—¿Qué es esto, Cid, así os salve el Criador?
—¡Ay mujer honrada, no tengáis pesar!
Nuestra riqueza se acrecienta maravillosa y grande;
hace poco que vinisteis, un presente os quieren dar,
por casar están vuestras hijas, os traen el ajuar.

Cantar de mio Cid, ed. de Alberto Montaner Frutos, versos 1644-1650.