Tradicionalmente se ha pensado que la aplicación de la ira regis al Cid (que conllevaba el destierro) fue ocasionada por el enfrentamiento bélico en que se vieron envueltos en 1079 el propio Rodrigo y García Ordoñez, otro de los grandes aristócratas de la corte, y hombre asimismo de confianza del rey, que a la sazón había sido encomendado por las mismas fechas a desempeñar una misión paralela a la del Campeador, la de cobrar parias (también para Alfonso VI), en este caso al rey taifa Abd Allah ibn Buluggin.
Lamentablemente, justo en ese momento Abd Allah, último zirí de Granada, emprendía una campaña militar contra su vecino Al-Mutamid. La prestación de las parias obligaba a los ejércitos cristianos a defender a los musulmanes. De modo que las mesnadas de García Ordoñez y la de Rodrigo Díaz se vieron necesariamente enfrentadas en la batalla de Cabra. No parece que la ayuda prestada por Rodrigo al rey sevillano fuera entendida por Alfonso VI sino como una de las obligaciones de su fiel vasallo, que protegía con esta acción los impuestos que recaudaba León en la taifa más rica del sur de al-Ándalus. Sin embargo, la literatura tiñó este suceso de enconada rivalidad entre el Cid y su rival, y de inquinas y maledicencias que le costarían al legendario héroe la expatriación, salvando de paso la integridad de la acción del rey, que se habría visto engañado por los malos mestureros y llevado a obrar así injustamente.
Como dijimos, si difícil es saber cuál fue la verdadera causa de que Rodrigo Díaz sufriera la ira regia, al menos podemos constatar que la última acción previa a su destierro fue una incursión de castigo por tierras de la Taifa de Toledo que llevó al Campeador demasiado lejos en su persecución de un contingente andalusí: saqueó campos que estaban en ese momento bajo la protección del rey Alfonso. Y no ha de olvidarse que en ese tiempo necesitaba el rey leonés mostrar a su vasallo Al-Qadir que ejercía la defensa de la taifa toledana con la mayor firmeza; pues de ganarse la voluntad de este reyezuelo títere dependía en gran medida la posibilidad futura de enviarlo a Valencia a cambio de ser él mismo quien hiciera su entrada en la antigua capital de los godos en 1085, rasgando por el centro el tejido de al-Ándalus, como en acertada metáfora describiría la poesía de Abd Allah al-Assal (muerto en 1094):
Andalusíes, preparad vuestras monturas, permanecer aquí es un error.Sea como fuere, a fines de 1080 o 1081, y tras esta razia por Toledo, Rodrigo Díaz tiene que partir del reino con sus vasallos y buscar un nuevo señor al que servir. Tras ser rechazados sus servicios por los condes de Barcelona Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II el Fratricida (que como su sobrenombre indica no tardaría en asesinar a su hermano para quedarse solo en el gobierno condal), fue aceptado por los reyes islámicos de la Taifa de Zaragoza, a quienes el Cid serviría fielmente por espacio de un lustro. De su estancia en la más poderosa de las taifas del norte de al-Ándalus, hablaremos más adelante.
Los vestidos acostumbran a deshilacharse por los extremos, pero al-Ándalus se ha roto comenzando por el centro.
Este servicio al rey musulmán de Zaragoza, los Beni Hud, si no recuerdo mal, ha servido para desmitificar al Cid como paladín del Cristianismo. Por otra parte, también ha servido para considerarlo un mercenario que se vende al mejor postor. Imagino que la cosa está en un término medio. Lo que sí es cierto es que servir a moros durante un destierro era el destino más frecuente. Así lo hizo el propio Alfonso de León y su hermano García. Uno creo que en Toledo y el otro en Sevilla.
ResponderEliminarEn mi opinión una cosa es que sirviera al rey de Zaragoza y otra muy distinta considerarlo "mercenario". La palabra mercenario actualmente carga sus tintas peyorativas en el afán crematístico, pero en la época de Rodrigo Díaz las relaciones eran feudo-vasalláticas y no tanto mercantilistas. No eran soldados profesionales a sueldo tal y como hoy se entiende. Por tanto, desde mi punto de vista, aquella vieja disputa entre Dozy y Menéndez Pidal está hoy superada. Creo que en ese momento Rodrigo Díaz simplemente buscaba la protección de un señor, y ofrecía su experiencia y sus caballeros a uno de los poderes de la época, sin reparar demasiado en cuál fuera la religión que profesaban. Como bien dices, era habitual que ejércitos islámicos tuvieran entre sus filas contingentes cristianos: otro ejemplo, el conde Berenguer Ramón II de Barcelona luchó al lado de Al-Mundir de Lérida contra el Cid en la Batalla de Tévar, o el que se puso aquí mismo, donde el Campeador participó junto a Al-Mutamid de Sevilla contra Abd Allah ibn Buluggin de Granada, que a su vez contaba con la hueste de García Ordóñez, señor de Nájera. Los ejemplos serían incontables.
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