jueves, 13 de mayo de 2010

El Cid falsificado IV: en la Taifa de Zaragoza

Palacio de la Aljafería
Caído Rodrigo Díaz en la malquerencia de Alfonso VI, el verano de 1081 parte al destierro acompañado de algunas decenas de sus caballeros. La saña real no tenía por qué llevar aparejada la pérdida de las posesiones en bienes muebles ni raíces (sus solares y casas patrimoniales), extremo que solo se daba en el siglo XI para castigar traiciones graves al monarca, ni tampoco los hombres a su servicio; aunque sí perdía con el destierro, lógicamente, las «honores» o tenencias encomendadas en usufructo por concesión real, lo que confirma el que levantado el castigo, se le otorgue de nuevo una extensa red de poblaciones y castillos para su gobierno y provecho. Así pues, esta imagen de Manuel Machado («Castilla», Alma, 1902) bien podría describir el escenario de su expatriación:
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga.
Pero no tanto la que aparece en el Cantar de mio Cid, donde se dibuja al héroe llorando silenciosamente al contemplar, mirando atrás, sus casas expropiadas, las puertas sin candados abiertas de sus palacios (pues ha sido deposeído y nada se debe vedar a la inspección regia), los valiosos azores de caza adultos ausentes de las perchas donde solían posar, alcándaras ya sin siquiera las ricas vestimentas que en ellas colgaron. Tampoco debió encontrar posadas cerradas para él y los suyos, ni gentes atemorizadas por prohibición real expresa de ayudar al Cid alguna, ni esa dulce niña de nueve años que a su vista se apresta para decirle (vv. 41-49):

- ¡Ya Campeador, en buen hora çinxiestes espada!
El rey lo ha vedado, anoch d’él entró su carta
con gran recabdo et fuertemientre sellada.
Non vos osariemos abrir nin coger por nada,

si non, perderiemos los haberes y las casas

e demás los ojos de las caras.

Çid, en nuestro mal vos non ganades nada,

¡mas el Criador vos vala con todas sus vertudes sanctas!
¡Ah, Campeador, en hora buena ceñisteis la espada!
El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta,
con grandes medidas de seguridad y autentificada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada,
si no, perderíamos los haberes y las casas.
y además, los ojos de las caras
Cid, en nuestro mal, vos no ganáis nada,
¡mas Dios os valga, con todas sus virtudes santas!
Es muy probable que la realidad histórica fuera opuesta a esta situación. El caballero desterrado, a juzgar por las costumbres legales de la época, debía ser ayudado por la población, alimentando a su mesnada, algo consustancial al privilegiado estamento militar. Se garantizaría su protección hasta que abandonara el reino y se daría un plazo prudencial para hacerlo. Solo en casos de alta traición o reincidencia en graves delitos el rey ordenaría condiciones más vejatorias para el noble desterrado. A partir del siglo XIII las leyes (Fuero Viejo de Castilla y Las Partidas) sí registrarán mayor dureza en el castigo para quien sufra la ira regia. Es, pues, un status quo que ya se observa en el Cantar, pero que no tiene por qué reflejar el mundo del Rodrigo Díaz histórico.
Una vez rechazado por los condes de Barcelona, Rodrigo se dirige a la Taifa de Zaragoza donde es agasajado por el poderoso Al-Muqtadir Bilá, conquistador de Denia y sojuzgador de Valencia y constructor de La Aljafería, cuyas lujosas salas sin duda el noble castellano llegará a conocer bien. El Campeador se presentaba con la aureola de excelente guerrero para dirigir el ejército zaragozano. Pero al poco de ponerse al servicio del más grande de los reyes hudíes de Saraqusta, Al-Muqtadir perdió sus facultades y hubo de ser sucedido por sus hijos, pues había testado el reparto de su reino. A Al-Mutamán, gran matemático descubridor del teorema de Ceva (en su Libro de la perfección y de las apariciones ópticas), correspondió Zaragoza; su hermano Al-Mundir al-Hayib Imad al-Dawla recibió Lérida, Tortosa y Denia. Inmediatamente se produjo el enfrentamiento fratricida con el que ambos hermanos trataban de unificar el reino de su padre Al-Muqtadir, y Al-Mutamán contó para esta guerra con los servicios de Rodrigo Díaz. En 1082 el belicoso rey leridano se alió con el rey de Aragón, Sancho Ramírez, y con el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II el Fratricida, mientras su hermano Ramón Berenguer II Cap d'Estopes -Cabeza de Estopa- quedaba al cuidado de los dominios de ambos en Barcelona. Tras una serie de escaramuzas en la comarca de La Litera, se entabló la batalla de Almenar en la que Rodrigo Díaz derrotó a la coalición enemiga obteniendo una victoria decisiva ante un ejército que le aventajaba en número, y capturando al mismísimo conde de Barcelona, por cuyo rescate de seguro cobraría un importante monto. Rodrigo fue recibido por los saraqustíes con grandes honores, y quizá jaleado a la voz de sīdī (en dialecto hispanoárabe 'mi señor'), que en lengua romance daría «mio Cid». El prestigio que le proporcionó esta gran victoria lo convertiría en el jefe militar del ejército zaragozano, función que desempeñará hasta abandonar la taifa de Saraqusta en 1086. --------------- P. D. No me resisto a adjuntar el magnífico poema de Manuel Machado completo, que considero uno de los mejores de toda su obra:
CASTILLA
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.
Manuel Machado, Alma, 1902

2 comentarios:

  1. Polvo, sudor y hierro. Siempre me gustó el verso, pero me dejó pensando ¿ no sería "e hierro" ¿o es licencia poética? Como odio la gramática XD

    Por cierto, me está encantando la serie.

    ResponderEliminar
  2. No voy a ponerme ahora a investigar en el tocho de la Nueva gramática (4.000 págs. con letra pequeña), pero la i de "hierro" es una semiconsonante, o sea que se pronuncia como "yerro". De ahí muchos juegos de palabras de Gracián. Pero a lo importante: gracias por leerme. Si te gustó, pásalo. :P

    ResponderEliminar