Una vez conquistado el castillo de Cebolla (o Yubaila), el Cid lo repobló, fortificó y comenzó a construir una villa en su alfoz con el fin de crear un mercado donde vender los excedentes de las algaras previstas para mantener su mesnada. A comienzos de julio de 1093 dirige sus tropas hacia la capital y acampa en los arrabales de Valencia. Desde esa posición se dedicó a socavar sus defensas y líneas de abastecimiento. En primer lugar destruyendo las poblaciones de las cercanías, apoderándose de los molinos y barcos de los puertos y requisando las cosechas; más tarde atacó los arrabales y barrios extramuros, utilizando los materiales aprovechables para la construcción de la villa de Cebolla.
En ese momento Al-Mustaín II de Zaragoza mostró su interés en Valencia, ofreciendo sesenta caballeros a Ibn Yahhaf para protegerle tanto del Cid como de los almorávides, pero era poca fuerza para resistir tantas amenazas, además de que el gobernador valenciano aspiraba aún a mantenerse independiente.
Es entonces cuando el Campeador comienza la conquista, a fuego y hierro, del arrabal de Villanueva, situado al norte del Guadalaviar, en torno al actual Museo de Bellas Artes Pío V. Acabada la resistencia, comienza a tomar el arrabal de La Alcudia, situado también al norte de la ciudad y al oeste del de Villanueva, más o menos al otro lado del río enfrente de las actuales torres de Serranos, donde se situaba la puerta de Alcántara, es decir, del puente. Aquí Rodrigo resultó herido tras una caída del caballo, y la lucha se hizo difícil, casa por casa y hombre por hombre. Mientras una parte de su hueste se dirigía atravesando el puente hacia la puerta de Alcántara, otros mantenían a raya a los defensores de la Alcudia. Los caballeros que intentaban ingresar por la puerta del puente fueron rechazados por mujeres y jóvenes valencianos que arrojaron desde torres y almenas de los muros de Valencia grandes piedras. A mediodía el combate aún era incierto y el Cid reagrupó su tropa. Por la tarde reanudó las hostilidades y, tras una feroz lucha, cayó también en arrabal de La Alcudia, con lo que el castellano dominaba el norte de la ciudad y toda la margen izquierda del Guadalaviar. Al sur, amenazada, resistía la capital.
Tanto en Villanueva como en La Alcudia dejó Rodrigo guarniciones, y habilitó estos barrios para alojar a su ejército. En estos arrabales el Cid instituyó un gobierno autónomo que permitió a la población musulmana conservar sus propiedades. Allí implantó la ley islámica, con lo que desaparecían todos aquellos impuestos no recogidos en el Corán. Para este cometido nombró almojarife a su wālī personal Ibn Abduz. Tributar solo el diezmo musulmán era algo inhabitual bajo el dominio andalusí, que había gravado durante mucho tiempo a sus pobladores con exacciones extraordinarias para pagar las parias y otras soldadas con que obtenían la protección de los belicosos cristianos. No debía de ser demasiado consciente la población de estos arrabales de que había sido precisamente el Cid uno de los principales beneficiarios de estos onerosos impuestos durante su protectorado en la región. Al disminuir la presión fiscal, y establecer en estas poblaciones importantes mercados para dar salida al botín de los saqueos del Cid, tanto La Alcudia como Murviedro o Cebolla se convirtieron en enclaves emergentes, y su vitalidad y riqueza generaban la envidia y desesperación de los habitantes de la metrópoli, cada vez más estrangulados por el nudo que imponía poco a poco el Campeador.
En agosto el cerco se va cerrando sobre Valencia. Mientras Ibn Yahhaf disponía de la excusa perfecta para racionar las provisiones a la guarnición almorávide de la ciudadela, mantenía el pacto secreto con el Cid. El castellano insistía públicamente en que no comenzaría ningún tipo de negociación si no eran expulsados los almorávides de la ciudad. Es más, exigió a Ibn Yahhaf el pago de los víveres que allí había almacenado y que ahora estaban incautados por el gobernador; además, pidió a Valencia impuestos equivalentes a los que se pagaban en su día al rey Al-Qadir, incluidos los atrasos acumulados desde que su protegido fuera asesinado. Y daba un plazo de un mes a Valencia para que en su socorro acudiera un ejército almorávide. Cumplido este, la ciudad le sería entregada.
Pero secretamente el Cid hacía saber a Ibn Yahhaf que permitiría que este continuara gobernando tras su entrada en la ciudad, y se convertiría en su protector, siempre y cuando evitara que acudiera el auxilio almorávide. En todo caso, no debía abrirles las puertas de la ciudad so pena de romper el pacto establecido. Con esa estrategia, Ibn Yahhaf buscó la alianza de los alcaides de Corbera, Játiva y Alcira, aunque Ibn Maimón, caíd de Alcira, rechazó el pacto. En ese momento El Cid llevó a cabo una expedición de castigo contra el alcaide de Alcira, y aprovechó para asegurar su fortaleza de Peña Cadiella. Emprendió, asimismo, una razia contra Villena para aprovisionar aquel castillo. De paso, intimidaba a los almorávides andalusíes. Para finales de agosto de 1093 la suerte de Valencia parecía echada.
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