A fines de agosto de 1093 un suceso imprevisto vino a truncar al Cid el plan de asedio de Valencia, pues el veterano rey taifa de Albarracín Abdel Malik vio la oportunidad de buscar una alianza con Sancho Ramírez y su hijo, el futuro Pedro I de Aragón, por la que a cambio de cierto dinero y una fortaleza en Levante, le proponía hacerse con Valencia pescando en el río revuelto. Pero Rodrigo se enteró de estos planes y, recogida la cosecha de Alcira, se dispuso a castigar al señor de Albarracín comenzando por la localidad de Fuente Llana y lanzando sus algaras por toda esta tierra, apoderándose de cosechas, ganado y prisioneros. Sin embargo, en una escaramuza en la que Rodrigo cabalgaba solo con unos cuantos hombres de escolta, fue atacado por doce jinetes de Ibn Razín y estuvo a punto de perder la vida tras sufrir una grave herida en el cuello, de la que tardó en recuperarse tres meses.
A últimos de noviembre de 1093 el Campeador, ya sano, regresa a sus posiciones de asalto a Valencia. Entonces llegan noticias de que un ejército almorávide al mando de Abu Bakr ibn Ibrahim al-Lamtuni, pariente de Yusuf ibn Tasufín, se dirige al rescate de la capital levantina. La población proalmorávide de esta ciudad recobra la moral y espera ansiosamente la liberación por parte del ejército norteafricano.
El Cid decide tomar La Rayosa, Rusafa y Mestalla, arrabales situados al sur de la ciudad, y se dispone allí a interceptar el avance de Abu Bakr. Preparando el terreno, ordena inundar todas las huertas y tierras situadas entre sus posiciones y las del adalid almorávide, que había llegado hasta Almusafes, a unos veinte kilómetros de Valencia. Pero una parte de la población de la ciudad no está dispuesta a colaborar con el ejército de Abu Bakr, empezando por Ibn Yahhaf, que debido al pacto que tiene establecido con el Cid, mueve los hilos para impedir a toda costa que los almorávides puedan llegar a hacerse con Valencia. En todo caso, al llegar a Almusafes, Abu Bakr descubre que no va a poder contar con la colaboración de la población musulmana sobre el terreno, que en gran medida agradece la labor de protección que en esas tierras ha desarrollado desde 1091 Rodrigo Díaz.
La noche de la víspera de la batalla se da una circunstancia casual que acaba de redondear la estrategia del Campeador, pues se precipita una tormenta pavorosa que deja los caminos maltrechos y dificulta enormemente atacar las posiciones de la hueste cidiana. El campamento almorávide comprende que el abastecimiento va a ser imposible y que es vano esperar a que el estado del terreno permita maniobrar, con lo que Abu Bakr se retira esperando quizá una mejor oportunidad.
A fines de 1093 o comienzos de 1094 el Cid ha logrado neutralizar la amenaza de socorro almorávide. Solo es cuestión de apretar el cerco y esperar la rendición de Valencia.
En el interior de la urbe las disensiones entre procidianos y proalmorávides se intensifican. Liderados por el magnate Ibn Walid, la facción almorávide derroca al gobernador Ibn Yahhaf en febrero o marzo, pero un nuevo giro político le devuelve el poder poco tiempo después.
Los víveres escasean, lo poco que se puede comprar en la ciudad alcanza unos precios desorbitados. En verano quedan solo cuatro monturas en Valencia, de las que un caballo y un mulo pertenecen a Ibn Yahhaf. Muchos de los habitantes de la capital del Turia intentan salir del presidio en que viven, pero Rodrigo decreta la incomunicación total para impedir que las bocas hambrientas alivien la presión del asedio escapando, ordena la muerte de quienes osen abandonar la ciudad, y llega a quemar ante la vista de los vigías de Valencia a los que se evaden. Mientras, su villa de Cebolla prospera, y su residencia en Villanueva es el antiguo palacio real de Abd al-Aziz, el gran rey de la Taifa de Valencia en su periodo de máximo esplendor. Por si fuera poco el Campeador no deja de acosar la capital, arrasando los arrabales contiguos a sus muros, estableciendo permanentemente un cerco completo y atacando las murallas al asalto siempre que tiene la oportunidad de hacerlo.
El 1 ó el 2 de junio de 1094, finalmente, y por consejo del sabio Al-Waqasi, Ibn Yahhaf pacta con el Cid la entrega de la ciudad si no llega auxilio en un plazo de quince días. Las condiciones serán que Ibn Yahhaf se mantendrá en el poder, pero el Cid recaudará todos los impuestos a través de su fiel almojarife Ibn Abduz y será, al fin y al cabo, quien tenga el mando supremo al controlar el ejército y la economía. Respetará a la población musulmana e implantará la ley coránica para esta.
Temeroso el arribista Ibn Yahhaf, intenta convencer a Al-Mustaín II de Zaragoza para que le socorra, pero este demora intervenir y, aunque le promete que lo hará, no tiene la más mínima intención de enfrentarse con el poderoso ejército del Cid, que ha ido allegando tropas de los alcaides de toda la región levantina. Además, el propio rey de Saraqusta pasa por grandes dificultades: en 1089 ha perdido a manos de Sancho Ramírez Monzón y sus tierras, convertidas en una marca del Reino de Aragón gobernada con mano firme por el heredero Pedro I. Y en este momento se defiende del ataque a Huesca, donde el rey Sancho Ramírez perdió la vida. En esta situación el rey saraqustí no está para rescates en Levante.
También envió Ibn Yahhaf emisarios a Murcia para solicitar la ayuda del gobernador almorávide de esta zona de al-Ándalus, Muhammad ibn Aisa, hijo de Yusuf ibn Tasufin, pero estos correos no regresaron a Valencia.
Perdida toda esperanza, el 17 de junio de 1094 el Cid toma posesión de la ciudad.
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