El año de 1091 el Imperio Almorávide extendió su dominio por todo el sur de al-Ándalus. Bajo el mando de los generales Sir ibn Abu Bakr y Muhammad ibn Aisa (primo e hijo respectivamente del emir Yusuf ibn Tasufín), el ejército norteafricano conquista, una tras otra, las taifas y plazas fuertes del sur peninsular a excepción de Badajoz (que no caería hasta 1094) y Zaragoza (que se resistiría al dominio almorávide hasta 1110). Tarifa capitula en diciembre de 1090, Córdoba a fines de marzo de 1091, Carmona en mayo, Sevilla (pese al intento de socorro de Álvar Fáñez) es tomada al asalto en septiembre; finalmente, los almorávides rinden Almería y en noviembre sucumbe Murcia.
Entretanto, El Cid, regresado a sus dominios levantinos, toma precauciones. Comienza a restaurar la fortaleza de Peña Cadiella, actual Benicadell, y los trabajos son finalizados en octubre. La segunda mitad de ese año la pasa el Campeador recorriendo sus dominios en la zona (Morella, El Puig, Valencia) y afianzando su poder. Sin embargo, a comienzos de 1092 localizamos a Rodrigo Díaz en Zaragoza, trabando alianzas con todos los poderes de la zona, especialmente con su viejo amigo Al-Mustaín II, con quien establece una firme alianza.
Todo este año permanece el Cid en la Marca Superior de al-Ándalus, y eso pese a que la amenaza almorávide se cernía sobre Valencia. Ibn Aisa había conquistado en los primeros meses de 1092 la fortaleza de Aledo (que tan cara había sido de mantener por parte de Alfonso VI), Denia y Játiva, situando el poder almorávide a pocos kilómetros de Valencia y disputando con fuerza el señorío cidiano.
Por si fuera poco, el mismo Alfonso VI decide en 1092 utilizar la fuerza contra el Cid, probablemente disgustado por la usurpación de su influencia (y de los impuestos) en Levante por parte del que no era, ni mucho menos, un sumiso vasallo. Así, contrata los servicios de la flota de Pisa y Génova, las más poderosas del Mediterráneo en este tiempo, y planea un ataque por mar y tierra contra Valencia. El Cid permanece, no obstante, en Zaragoza.
El rey Alfonso acampa en El Puig (entonces llamado Yubaila o Cebolla), un cerro desde el que se preparaba cualquier ataque a la capital del Turia, en espera de la llegada de la armada pisana y genovesa. Pero la flota se retrasaba, y la logística impedía al rey de León y Castilla permanecer por más tiempo allí, por lo que tuvo que regresar a su corte toledana. Para no desaprovechar la presencia de esta fuerza naval, Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II de Barcelona la utilizaron para un intento, también infructuoso, de tomar Tortosa.
Todo quedó, al fin, en nada. Pero El Cid se tomó represalias atacando el reino de Alfonso VI a través de la región de La Rioja, gobernada por el conde García Ordóñez, que atacó con saña: devastó, asoló e incendió toda la zona sin que el conde castellano se atreviera siquiera a hacer frente al Campeador. Tras esta demostración de fuerza, El Cid volvió a su vida regalada en Zaragoza.
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