Mientras el Campeador permanecía en Zaragoza, la situación en Valencia capital se tornaba cada vez más inestable. La facción proalmorávide de la ciudad crecía desde fines de 1091, estimulada por las conquistas recientes, esperando que el nuevo poder norteafricano podría imponer orden en la agitada y corrupta política de la ciudad, liberando a los musulmanes valencianos de un señorío de facto cristiano y de las alcábalas y otras tasas no sancionadas por la ley islámica.
El Cid, antes de marchar a Zaragoza, había dejado como administrador y tesorero de confianza al-wazir de Valencia Ibn Al-Farach a cargo de la recaudación de impuestos que el Campeador recibía. Pero al frente de los afectos a la causa almorávide se situó el cadí de la ciudad Ibn Yahhaf, quien aprovechando la ausencia del Cid durante el año de 1092, prometió al general almorávide Ibn Aisa entregarle Alcira y Valencia. Con la situación muy comprometida en Valencia, en octubre, Rodrigo se decidió a volver, pero ya era tarde.
Ibn Aisa había mandado un destacamento de jinetes almorávides al mando de Ibn Nasr a Alcira, donde tomaron posesión de la plaza. No tardaron en apostarse a las puertas de Valencia. Mientras tanto, el cadí Ibn Yahhaf había detenido a Ibn al-Farach y, con la ayuda de sus partidarios, entre los que figuraban algunos potentados de la ciudad, como el magistrado Ibn Wayib, y los guerreros almorávides venidos desde Alcira, tomaron al asalto la ciudadela valenciana, de donde tuvo que huir el rey Al-Qadir (disfrazado, al parecer, de mujer y mezclado entre su harén) y toda su corte, entre los que se contaban el obispo nombrado por Alfonso VI, la comunidad mozárabe y otros andalusíes cercanos al Cid. Sin embargo, el que había sido rey de Toledo y de Valencia, siempre protegido por los magnates cristianos, solo logró esconderse en una vivienda cercana a ciertos baños públicos. Allí fue localizado por los sublevados con prontitud. Ibn Yahhaf encargó a un descendiente de Abu Bakr ibn al-Hadidi que ejecutara al monarca y vengara así la muerte de su pariente, que Al-Qadir había ordenado cuando reinaba en Toledo. El joven Banu Hadidi decapitó al soberano, su regia cabeza fue paseada por las calles de Valencia clavada en una pica y su cuerpo arrojado a un muladar, donde un vecino piadoso le dio sepultura sin mortaja, cual si se tratara de un indigente. También fue ajusticiado el ex rey de la taifa de Murcia Abu Abderramán Ibn Tahir, quien había socorrido al monarca de Valencia en una ocasión en que fue sitiado por el rey taifa de Denia.
Los fieles al rey supervivientes buscaron refugio en Yubaila/Cebolla, fortaleza gobernada por un mahometano de Albarracín en nombre del señor de la taifa de Alpuente Ibn Qasim. Los exiliados fueron acogidos por el almojarife o tesorero judío del difunto Al-Qadir. Otros se apresuraron a encontrarse con Rodrigo, que ya acudía a Cebolla, para informarle de la revuelta y de la muerte del rey. El Cid había perdido todo su dominio sobre las tierras valencianas a causa del avance almorávide e Ibn Yahhaf, un líder interesado sobre todo en el tesoro que Al-Qadir había escondido en Segorbe y Olocau de Valencia (localidad situada a unos treinta kilómetros de la capital levantina), se había convertido en el nuevo y arrogante príncipe de Valencia.
domingo, 22 de agosto de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
El Cid falsificado XI: la invasión almorávide
El año de 1091 el Imperio Almorávide extendió su dominio por todo el sur de al-Ándalus. Bajo el mando de los generales Sir ibn Abu Bakr y Muhammad ibn Aisa (primo e hijo respectivamente del emir Yusuf ibn Tasufín), el ejército norteafricano conquista, una tras otra, las taifas y plazas fuertes del sur peninsular a excepción de Badajoz (que no caería hasta 1094) y Zaragoza (que se resistiría al dominio almorávide hasta 1110). Tarifa capitula en diciembre de 1090, Córdoba a fines de marzo de 1091, Carmona en mayo, Sevilla (pese al intento de socorro de Álvar Fáñez) es tomada al asalto en septiembre; finalmente, los almorávides rinden Almería y en noviembre sucumbe Murcia.
Entretanto, El Cid, regresado a sus dominios levantinos, toma precauciones. Comienza a restaurar la fortaleza de Peña Cadiella, actual Benicadell, y los trabajos son finalizados en octubre. La segunda mitad de ese año la pasa el Campeador recorriendo sus dominios en la zona (Morella, El Puig, Valencia) y afianzando su poder. Sin embargo, a comienzos de 1092 localizamos a Rodrigo Díaz en Zaragoza, trabando alianzas con todos los poderes de la zona, especialmente con su viejo amigo Al-Mustaín II, con quien establece una firme alianza.
Todo este año permanece el Cid en la Marca Superior de al-Ándalus, y eso pese a que la amenaza almorávide se cernía sobre Valencia. Ibn Aisa había conquistado en los primeros meses de 1092 la fortaleza de Aledo (que tan cara había sido de mantener por parte de Alfonso VI), Denia y Játiva, situando el poder almorávide a pocos kilómetros de Valencia y disputando con fuerza el señorío cidiano.
Por si fuera poco, el mismo Alfonso VI decide en 1092 utilizar la fuerza contra el Cid, probablemente disgustado por la usurpación de su influencia (y de los impuestos) en Levante por parte del que no era, ni mucho menos, un sumiso vasallo. Así, contrata los servicios de la flota de Pisa y Génova, las más poderosas del Mediterráneo en este tiempo, y planea un ataque por mar y tierra contra Valencia. El Cid permanece, no obstante, en Zaragoza.
El rey Alfonso acampa en El Puig (entonces llamado Yubaila o Cebolla), un cerro desde el que se preparaba cualquier ataque a la capital del Turia, en espera de la llegada de la armada pisana y genovesa. Pero la flota se retrasaba, y la logística impedía al rey de León y Castilla permanecer por más tiempo allí, por lo que tuvo que regresar a su corte toledana. Para no desaprovechar la presencia de esta fuerza naval, Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II de Barcelona la utilizaron para un intento, también infructuoso, de tomar Tortosa.
Todo quedó, al fin, en nada. Pero El Cid se tomó represalias atacando el reino de Alfonso VI a través de la región de La Rioja, gobernada por el conde García Ordóñez, que atacó con saña: devastó, asoló e incendió toda la zona sin que el conde castellano se atreviera siquiera a hacer frente al Campeador. Tras esta demostración de fuerza, El Cid volvió a su vida regalada en Zaragoza.
Entretanto, El Cid, regresado a sus dominios levantinos, toma precauciones. Comienza a restaurar la fortaleza de Peña Cadiella, actual Benicadell, y los trabajos son finalizados en octubre. La segunda mitad de ese año la pasa el Campeador recorriendo sus dominios en la zona (Morella, El Puig, Valencia) y afianzando su poder. Sin embargo, a comienzos de 1092 localizamos a Rodrigo Díaz en Zaragoza, trabando alianzas con todos los poderes de la zona, especialmente con su viejo amigo Al-Mustaín II, con quien establece una firme alianza.
Todo este año permanece el Cid en la Marca Superior de al-Ándalus, y eso pese a que la amenaza almorávide se cernía sobre Valencia. Ibn Aisa había conquistado en los primeros meses de 1092 la fortaleza de Aledo (que tan cara había sido de mantener por parte de Alfonso VI), Denia y Játiva, situando el poder almorávide a pocos kilómetros de Valencia y disputando con fuerza el señorío cidiano.
Por si fuera poco, el mismo Alfonso VI decide en 1092 utilizar la fuerza contra el Cid, probablemente disgustado por la usurpación de su influencia (y de los impuestos) en Levante por parte del que no era, ni mucho menos, un sumiso vasallo. Así, contrata los servicios de la flota de Pisa y Génova, las más poderosas del Mediterráneo en este tiempo, y planea un ataque por mar y tierra contra Valencia. El Cid permanece, no obstante, en Zaragoza.
El rey Alfonso acampa en El Puig (entonces llamado Yubaila o Cebolla), un cerro desde el que se preparaba cualquier ataque a la capital del Turia, en espera de la llegada de la armada pisana y genovesa. Pero la flota se retrasaba, y la logística impedía al rey de León y Castilla permanecer por más tiempo allí, por lo que tuvo que regresar a su corte toledana. Para no desaprovechar la presencia de esta fuerza naval, Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II de Barcelona la utilizaron para un intento, también infructuoso, de tomar Tortosa.
Todo quedó, al fin, en nada. Pero El Cid se tomó represalias atacando el reino de Alfonso VI a través de la región de La Rioja, gobernada por el conde García Ordóñez, que atacó con saña: devastó, asoló e incendió toda la zona sin que el conde castellano se atreviera siquiera a hacer frente al Campeador. Tras esta demostración de fuerza, El Cid volvió a su vida regalada en Zaragoza.
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