Durante la primavera de 1097 regresa de nuevo Yusuf ibn Tasufín a la península con la intención de reconquistar Toledo, que había sido perdida para el islam en 1085. Concentró en Córdoba un gran ejército confiado a Muhammad ibn al-Hach, quien en 1110 tomaría para los almorávides la taifa de Saraqusta. Al-Hach emprendió la ruta hacia el norte.
Al enterarse Alfonso VI, que el 19 de mayo se encontraba en Aguilera, localidad situada tres kilómetros al oeste de Berlanga de Duero, y se disponía a atacar Zaragoza, debe volver sobre sus pasos para aprestarse a la defensa de Toledo. Los ejércitos se encontraron cerca de Consuegra, donde se produjo la batalla el día de la Virgen de agosto de 1097. El rey Alfonso fue derrotado sin paliativos, y hubo de refugiar sus huestes en el castillo, donde permanecieron cercados más de una semana, aunque finalmente Al-Hach no pudo tomar la fortaleza, que caería al año siguiente reconquistada por los almorávides.
A este combate había sido enviado el único hijo del Cid, aquel que habría heredado su principado valenciano, Diego Ruiz, que contaría con aproximadamente dieciocho o veinte años. Posiblemente hacía sus pinitos en el séquito real del conquistador de Toledo, como su padre los había hecho en el de Sancho II de Castilla. Desgraciadamente para el Campeador, allí perdió la vida el varón que habría podido perpetuar su patrimonio.
Mientras, en Levante, el gobernador Abul Hasán Alí ibn al-Hach recibía refuerzos para mantener sus posiciones en Játiva y Denia.
En otoño de aquel 1097, instalado en Córdoba, Yusuf seguía hostigando el Regnum Toletanum, pero la capital de la Castilla nueva siguió resistiendo los embates almorávides. Para ello en septiembre Alfonso VI contó con la ayuda de Pedro I de Aragón. Aragón y Castilla hacían frente común para resistir al Imperio africano en la zona occidental hispánica, mientras que en la oriental el gobernador de Murcia, Ibn Aisa, atacaba las posesiones de Álvar Fáñez en Cuenca, marchando contra Zorita y Santaver. El bravo capitán del rey Alfonso fue derrotado y sus posesiones saqueadas.
Ibn Aisa aprovechó la circunstancia para atacar tierras valencianas cercanas a Alcira. Posiblemente el retén que el Cid mantenía en la poderosa fortaleza de Peña Cadiella saliera entonces a probar suerte con una espolonada contra algún destacamento del ejército moro, pero perdieron el encuentro. Quizá en el relato de este acontecimiento se note la querencia del historiador de la Gesta Roderici Campidocti (más conocida como Historia Roderici), quien habría podido restar importancia en su narración a esta derrota de las tropas del Cid, pero no parece que, en cualquier caso, fuera el propio Rodrigo al frente de este contingente ni que este fuera demasiado numeroso. El Cid no ganó batallas después de muerto, pero sí se salva históricamente su aureola de caudillo invicto.
Nota: imagen obra derivada de Wikimedia Commons. Castillo de Consuegra.
viernes, 25 de febrero de 2011
domingo, 13 de febrero de 2011
El Cid falsificado XX: la batalla de Bairén
A comienzos de 1097 el Reino de Aragón poseía varias tenencias en la Costa del Azahar de la actual provincia de Castellón: Montornés (cerca de Benicasim), Culla, Oropesa del Mar o Castellón de la Plana, entre otras. Estos dominios aragoneses suponían una confluencia de intereses con los del Cid, que enseñoreaba en el Levante, y los dos soberanos perseguían la consolidación de la posesión de estos enclaves, ante la fragmentación política que había experimentado la zona en los últimos años.
La fortaleza de Peña Cadiella estaba necesitada de provisiones y con el fin de abastecerla, los ejércitos del Campeador y de Pedro I de Aragón, iniciaron la arriesgada expedición hacia el sur.
Desde Denia y Játiva los musulmanes seguían los movimientos de la hueste cristiana, que atravesaba la ruta que entre estos promontorios discurría. Muhammad ibn Ibrahim ibn Tasufín, el adalid derrotado en Cuarte, amenazaba desde la que sería cuna de los Borja. Las tropas cristianas alcanzan el imponente castillo, y allí planean el regreso que, para evitar los peligros de volver a atravesar el valle interior, donde sin duda habrían tomado posiciones las fuerzas almorávides con el fin de lanzarse sobre el enemigo, deciden emprender el viaje de vuelta por la costa a través de la huerta de Gandía. Pero les sigue acechando Ibn Ibrahim, que desde los promontorios interiores, vigila sus movimientos, en espera de un momento propicio para el ataque.
El Cid y el rey de Aragón acampan en el castillo de Bairén (hoy de San Juan), situado tres kilómetros al norte de Gandía y uno al sur de Jeresa, en un otero de cien metros de altura de las últimas estribaciones orientales del macizo de Mondúver en cuya cima a 800 metros de altura, y a un kilómetro de distancia hacia el oeste, enfrente de las posiciones cristianas, se encontraba apostado el ejército islámico.
Además de la comprometida situación que el Cid y Pedro I tenían, por la desventaja en el terreno (que obligaría al Cid a un ataque cuesta arriba) Muhammad ibn Ibrahim contaba con refuerzos navales andalusíes que desde la playa de Gandía comenzaron a arrojar flechas y saetas, al tiempo que lo hacían desde el Mondúver los arqueros y ballesteros almorávides.
La situación de los cristianos era desesperada, pero el Cid decidió, en un arranque de valor, abrirse camino, pese a la oposición del enemigo, en una carga frontal con la caballería pesada. Tras arengar a sus tropas, rompió por el centro las filas musulmanas, provocando un efecto sorpresa entre ellas que les llevó a una pronta desbandada. La huida desorganizada estimuló la persecución de los cristianos por valles y barrancos, llevando a muchos de los almorávides hasta el mar, donde perecieron ahogados intentando buscar refugio llegando a sus naves.
Con el camino franco hacia Valencia, las tropas cidiano-aragonesas llegaron sin contratiempos a la capital y aún ayudaría el Campeador a sofocar una revuelta que en el castillo de Montornés de Pedro I se había producido, despidiéndose ambos hasta la próxima ocasión. Corría el mes de febrero de 1097.
La fortaleza de Peña Cadiella estaba necesitada de provisiones y con el fin de abastecerla, los ejércitos del Campeador y de Pedro I de Aragón, iniciaron la arriesgada expedición hacia el sur.
Desde Denia y Játiva los musulmanes seguían los movimientos de la hueste cristiana, que atravesaba la ruta que entre estos promontorios discurría. Muhammad ibn Ibrahim ibn Tasufín, el adalid derrotado en Cuarte, amenazaba desde la que sería cuna de los Borja. Las tropas cristianas alcanzan el imponente castillo, y allí planean el regreso que, para evitar los peligros de volver a atravesar el valle interior, donde sin duda habrían tomado posiciones las fuerzas almorávides con el fin de lanzarse sobre el enemigo, deciden emprender el viaje de vuelta por la costa a través de la huerta de Gandía. Pero les sigue acechando Ibn Ibrahim, que desde los promontorios interiores, vigila sus movimientos, en espera de un momento propicio para el ataque.
El Cid y el rey de Aragón acampan en el castillo de Bairén (hoy de San Juan), situado tres kilómetros al norte de Gandía y uno al sur de Jeresa, en un otero de cien metros de altura de las últimas estribaciones orientales del macizo de Mondúver en cuya cima a 800 metros de altura, y a un kilómetro de distancia hacia el oeste, enfrente de las posiciones cristianas, se encontraba apostado el ejército islámico.
Además de la comprometida situación que el Cid y Pedro I tenían, por la desventaja en el terreno (que obligaría al Cid a un ataque cuesta arriba) Muhammad ibn Ibrahim contaba con refuerzos navales andalusíes que desde la playa de Gandía comenzaron a arrojar flechas y saetas, al tiempo que lo hacían desde el Mondúver los arqueros y ballesteros almorávides.
La situación de los cristianos era desesperada, pero el Cid decidió, en un arranque de valor, abrirse camino, pese a la oposición del enemigo, en una carga frontal con la caballería pesada. Tras arengar a sus tropas, rompió por el centro las filas musulmanas, provocando un efecto sorpresa entre ellas que les llevó a una pronta desbandada. La huida desorganizada estimuló la persecución de los cristianos por valles y barrancos, llevando a muchos de los almorávides hasta el mar, donde perecieron ahogados intentando buscar refugio llegando a sus naves.
Con el camino franco hacia Valencia, las tropas cidiano-aragonesas llegaron sin contratiempos a la capital y aún ayudaría el Campeador a sofocar una revuelta que en el castillo de Montornés de Pedro I se había producido, despidiéndose ambos hasta la próxima ocasión. Corría el mes de febrero de 1097.
sábado, 5 de febrero de 2011
El Cid falsificado XIX: dominador de Levante
La victoria en la batalla de Cuarte dejó la frontera con el Imperio almorávide en Denia y Játiva, adonde se retiraron las fuerzas musulmanas. Alfonso VI, que acudía al socorro del Cid, aprovechó para saquear la comarca de Guadix y liberar mozárabes con que repoblar el acapto (territorio recién conquistado) del Regnum Toletanum, aún en franca debilidad, pues Toledo era constantemente hostigada por los morabitos.
El Campeador, sin embargo, necesitaba asegurar los territorios comprendidos entre Valencia y los cristianos, y emprendió una campaña que se prolongaría hasta 1096 para sojuzgar a los señores de las taifas de Jérica (Ibn Yamlul), Segorbe (Ibn Yasin), Santaver (Al-Sanyati), Alpuente (Nizam al Dawla), Albarracín (Ibn Razin), Tortosa (Sayyid ad-Dawla) y Lérida (Tayid ad-Dawla), que habían sido aliados del ejército almorávide en su intento de recuperación de Valencia. Quizá en el transcurso de estas acciones apresó en febrero o a comienzos de marzo de 1096 a Ibn Tahir de Murcia, aunque otra posibilidad es que hubiera sido capturado durante la batalla de Cuarte. Además, tomó el castillo de Olocau y el de Serra, que constituían el sistema defensivo del norte de la ciudad y, probablemente, aún guardaban parte del tesoro real del finado Al-Qadir. El Cid volvía a recuperar el dominio del Levante, desde Lérida y Tortosa hasta los confines de la extaifa de Denia, con un puesto avanzado en la fortaleza de Benicadell (Peña Cadiella) y, a diferencia del protectorado que estableció entre 1088 y 1092, con una capital: la rica y poderosa ciudad de Valencia.
En 1096 Rodrigo consagra la mezquita mayor como templo cristiano, aunque todavía no fundó la sede catedralicia, que sería establecida en 1098, ni reformó la arquitectura del templo en su integridad, dadas las urgencias militares que aún amenazaban su principado.
Por otro lado, el Cid contaría en este tiempo con la firme amistad del Rey de Aragón. Ya había entablado alianza desde comienzos de 1092 con Sancho Ramírez (muerto el 4 de junio de 1094 durante el sitio de Huesca), y la renovó con su hijo Pedro I quien, a instancias de los magnates de su reino, nada más concluir la conquista de la nueva capital del reino (la victoria de Alcoraz había tenido lugar el 18 de noviembre de 1094), solicitó al castellano la renovación de los lazos de amistad y colaboración. A finales de noviembre o comienzos de diciembre de 1096 el rey Pedro llega a Montornés, un castillo de Aragón situado cinco kilómetros al norte de Benicasim, con objeto de encontrarse con el Campeador en Burriana, donde se firmó la continuidad del pacto.
No tardaría mucho el Cid en necesitar la ayuda de su aliado. Los últimos días de diciembre de 1096 emisarios del Campeador llegan a Huesca, que estaba siendo en ese momento acondicionada para convertirse en la nueva capital del Reino de Aragón, para solicitar a Pedro I ayuda en una expedición de abastecimiento al castillo de Peña Cadiella, muy peligrosa por cuanto había que rebasar las ciudades almorávides de Denia y Játiva. Sin dudarlo, y a pesar de las tareas que debían ocupar al rey en Huesca, se puso en camino acompañado de su hermano Alfonso Sánchez, el futuro Alfonso I el Batallador.
La campaña de aprovisionamiento del fuerte avanzado cidiano estaría a punto de costar muy caro al Cid y al ejército aragonés. Pero el relato de esta nueva campaña militar y su desenlace en la batalla de Bairén quedarán para el próximo capítulo.
El Campeador, sin embargo, necesitaba asegurar los territorios comprendidos entre Valencia y los cristianos, y emprendió una campaña que se prolongaría hasta 1096 para sojuzgar a los señores de las taifas de Jérica (Ibn Yamlul), Segorbe (Ibn Yasin), Santaver (Al-Sanyati), Alpuente (Nizam al Dawla), Albarracín (Ibn Razin), Tortosa (Sayyid ad-Dawla) y Lérida (Tayid ad-Dawla), que habían sido aliados del ejército almorávide en su intento de recuperación de Valencia. Quizá en el transcurso de estas acciones apresó en febrero o a comienzos de marzo de 1096 a Ibn Tahir de Murcia, aunque otra posibilidad es que hubiera sido capturado durante la batalla de Cuarte. Además, tomó el castillo de Olocau y el de Serra, que constituían el sistema defensivo del norte de la ciudad y, probablemente, aún guardaban parte del tesoro real del finado Al-Qadir. El Cid volvía a recuperar el dominio del Levante, desde Lérida y Tortosa hasta los confines de la extaifa de Denia, con un puesto avanzado en la fortaleza de Benicadell (Peña Cadiella) y, a diferencia del protectorado que estableció entre 1088 y 1092, con una capital: la rica y poderosa ciudad de Valencia.
En 1096 Rodrigo consagra la mezquita mayor como templo cristiano, aunque todavía no fundó la sede catedralicia, que sería establecida en 1098, ni reformó la arquitectura del templo en su integridad, dadas las urgencias militares que aún amenazaban su principado.
Por otro lado, el Cid contaría en este tiempo con la firme amistad del Rey de Aragón. Ya había entablado alianza desde comienzos de 1092 con Sancho Ramírez (muerto el 4 de junio de 1094 durante el sitio de Huesca), y la renovó con su hijo Pedro I quien, a instancias de los magnates de su reino, nada más concluir la conquista de la nueva capital del reino (la victoria de Alcoraz había tenido lugar el 18 de noviembre de 1094), solicitó al castellano la renovación de los lazos de amistad y colaboración. A finales de noviembre o comienzos de diciembre de 1096 el rey Pedro llega a Montornés, un castillo de Aragón situado cinco kilómetros al norte de Benicasim, con objeto de encontrarse con el Campeador en Burriana, donde se firmó la continuidad del pacto.
No tardaría mucho el Cid en necesitar la ayuda de su aliado. Los últimos días de diciembre de 1096 emisarios del Campeador llegan a Huesca, que estaba siendo en ese momento acondicionada para convertirse en la nueva capital del Reino de Aragón, para solicitar a Pedro I ayuda en una expedición de abastecimiento al castillo de Peña Cadiella, muy peligrosa por cuanto había que rebasar las ciudades almorávides de Denia y Játiva. Sin dudarlo, y a pesar de las tareas que debían ocupar al rey en Huesca, se puso en camino acompañado de su hermano Alfonso Sánchez, el futuro Alfonso I el Batallador.
La campaña de aprovisionamiento del fuerte avanzado cidiano estaría a punto de costar muy caro al Cid y al ejército aragonés. Pero el relato de esta nueva campaña militar y su desenlace en la batalla de Bairén quedarán para el próximo capítulo.
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